La técnica, bautizada como necrobótica, consistió en introducir aire con la ayuda de una aguja en la cámara del prosoma del arácnido, lo que bastó para activar sus patas y facilitó un rango completo de movimiento en menos de un segundo.
Las arañas, a diferencia de los animales que poseen músculos, realizan sus movimientos por medio de la presión hidráulica, es decir, la contracción de la cámara prosomática envía sangre a las patas para lograr la extensión.
Según el texto, los científicos consiguieron que el artrópodo muerto sostuviera una pequeña bola con una fuerza de agarre máxima de 0,35 milinewtons.
Asimismo, puso levantar objetos delicados y aparatos electrónicos, retiró un cable de puente unido a una placa eléctrica y movió un bloque de espuma de poliuretano.
Gracias al experimento pudo demostrarse igualmente que podía soportar el peso de otra araña del mismo tamaño.
El concepto de necrobótica propuesto en este trabajo aprovecha los diseños únicos creados por la naturaleza que pueden ser complicados o incluso imposibles de reproducir artificialmente, afirmaron los investigadores.
No obstante, uno de los inconvenientes descubiertos fue que el animal sin vida sufre cierto desgaste tras dos días, o después de mil ciclos de apertura y cierre. Ante esta dificultad, el equipo pensó en la posibilidad de aplicar revestimientos poliméricos.
Probaron entonces cubrir las arañas lobo con cera de abeja, y notaron que la disminución de su masa era 17 veces menor en comparación con el ejemplar sin recubrimiento a lo largo de 10 días, fue capaz de retener más agua y su sistema hidráulico dio indicios de poder funcionar más tiempo.
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