José Luis Díaz- Granados, colaborador de Prensa Latina
De Greiff acababa de regresar de Cuba, donde había sido jurado de poesía de Casa de las Américas y se había relacionado con los poetas y escritores en boga en ese año de 1968. El “único mito vivo de Colombia”, como le decía García Márquez, estaba enfebrecido de emoción por todo lo que tuviera que ver con Cuba Socialista, de manera que cuando entablamos amistad con él, nos comenzó a llamar, con su tono burlón y su intenso acento paisa: “Fayad Jamís” (a Fayad) y “Luis Suardíaz” (a mi persona).
Pasaron más de 25 años. De Greiff murió en 1976. En 1991 la Unión Soviética había colapsado y Cuba había sufrido el más tenaz bloqueo por parte del gobierno imperial de Bush padre, a lo que se juntaba la pérdida de la ayuda de los países del bloque socialista de Europa del Este. Es el lapso que se conoce como el “período especial”.
Inmediatamente comenzó a funcionar la solidaridad universal con la Revolución Cubana, siempre tan generosa y fraternal con la humanidad entera. Tuve el honor de presidir en esos años la Casa Colombiana de Solidaridad con los Pueblos y uno de los primeros invitados a visitar Bogotá y Medellín, fue el poeta y escritor cubano Luis Suardíaz, a quien ya conocía no sólo por su brillante trayectoria literaria, sino por haber recibido en los años 50 el prestigioso Premio de Poesía “León de Greiff”, que se otorgaba en Caracas, gracias al patrocinio del arquitecto colombiano residente en Venezuela, Carlos Celis Cepero.
Cuando le recordé la distinción a Suardíaz, éste me contó, con su verbalidad rápida y atronadora: “A mediados de los años 60 viajé a la República Democrática Alemana para participar en un congreso de intelectuales, entre los cuales estaban Miguel Ángel Asturias, Germán Arciniegas, Benjamín Carrión y el maestro De Greiff. No te imaginas mi sorpresa cuando conocí personalmente al poeta colombiano, pues cuando yo me gané el premio con su nombre, pensaba que él debía haberse muerto hacía muchísimos años. Por supuesto, a partir de allí nos hicimos excelentes amigos”.
Durante mi exilio en Cuba entre 2000 y 2005, la amistad con Luis Suardíaz se acentuó al punto que la frecuencia en sus tertulias y talleres se hicieron frecuentes y no sólo recibí el calor de su amistad sino la amena y permanente lección de humanismo, política y experiencia cultural que sabía comunicar en todo momento. Prueba fehaciente de ello fue su programa radial “La Poesía”, que se transmitió diariamente a través de las ondas de Radio Progreso, hacia la medianoche, desde 1993 hasta su muerte. Luis escribía los textos y los difundía en su propia voz.
El inolvidable maestro había nacido en Camagüey el 5 de febrero de 1936. Estudió Ciencias Sociales y en 1953 se vinculó al Movimiento 26 de Julio, liderado por Fidel Castro, para oponerse a la dictadura de Fulgencio Batista, y el cual triunfó el 1° de enero de 1959.
Suardíaz ocupó diversos cargos en el gobierno revolucionario, durante la década de los 60, entre los cuales destacamos el de miembro ejecutivo de la Editorial Nacional de Cuba, dirigida por Alejo Carpentier y el de director de la Biblioteca Nacional “José Martí”. También se desempeñó como vicepresidente primero de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) —siendo presidente su amigo dilecto el Poeta Nacional Nicolás Guillén—, y subdirector general de la agencia Prensa Latina.
Además, fue miembro del consejo de dirección de Prisma Latinoamericano, Cuba Internacional, Patria (suplemento literario del diario Granma), Unión y Revista Tricontinental.
Recibió innumerables distinciones tanto en Cuba como en Venezuela, Mongolia, Bulgaria, Vietnam y otros países del mundo. Entre su treintena de libros sobresalen los libros de poesía: Haber vivido, El pueblo en las calles, Siempre habrá poesía, El pez en el agua, Exploraciones, Biografía del tiempo y Poemas habaneros.
En 1995, la Colección “Conozca a…”, de la Universidad de Antioquia, Medellín, bajo la dirección de la eminente profesora colombiana Luz Elena Zabala (casada con el novelista cubano Manuel Cofiño), le publicó su erudito ensayo José Asunción Silva, Luis Carlos López, Porfirio Barba-Jacob, León de Greiff, Luis Vidales, en 300 apretadas páginas, donde el ilustre escritor cubano rindió homenaje de admiración y justo reconocimiento a esos cinco clásicos de la poesía colombiana.
Fueron muchos los días, las tardes, las noches y los sábados, en variados eventos, en su taller de la calle Obispo, en tenidas en “El Gato Tuerto”, en su casa —en la entrañable compañía de su esposa, Elisa Masiques de Suardíaz—, en mi apartamento de El Vedado (3ª. E/4 y 6), y en mil y una tertulias realizadas en los más disímiles puntos de la entrañable Habana, en los que compartimos y aprendimos incontables anécdotas y conocimientos de la literatura cubana y del sempiterno misterio de la poesía y del arte en general. Suardíaz falleció en La Habana el 6 de marzo de 2005.
Su extensa y hermosa parábola vital se enmarcó dentro de los límites del amor a la humanidad, resaltando sus mejores trazos líricos en la seguridad de la alegría y la esperanza, y coronando una obra escrita sobre los cristales quebrados para la construcción de la primavera de los pueblos, cuyo primer peldaño era, desde luego, la epopeya iniciada en su patria el primero de enero del cincuenta y nueve.
Sea esta nota un modesto pero entusiasta testimonio de afecto y de admiración por Luis Suardíaz, uno de los escritores cardinales de la Cuba de ayer, de hoy y de siempre.
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(Tomado de Firmas Selectas)