Más de la mitad de las víctimas de los enfrentamientos fueron civiles, afirmaron autoridades en esta capital, sede del gobierno, que culparon a grupos armados aliados de una administración paralela que busca adueñarse de la urbe.
Pese a todos los esfuerzos internacionales, incluyendo las gestiones de Naciones Unidas para lograr una paz atractiva, Libia sigue siendo un país dividido donde emergen las discordias con trasfondo petrolero.
Las crisis que azotan a la nación norteafricana resultan de fuentes múltiples, pero la lucha por el poder posee un fuerte carácter sectario y comenzó con la guerra desatada en 2011 por países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y aliados árabes contra Muamar Gadafi, a quien asesinaron.
Desde hace 11 años la ruta libia es caótica, la contienda que sucedió a la desarticulación del Estado persiste y las contradicciones por intereses grupales están en la base de las rencillas que emergen una y otra vez.
En esta ocasión, las disputas ocurrieron en varios distritos capitalinos, lo que significó un cambio de escenario, pero no de la esencia del dilema, subrayaron observadores.
Así naufragan los intentos de acercar a las partes a un proceso de institucionalización, que les permita recuperar el tiempo perdido –algo muy difícil- y otra distribución de la autoridad con su perfil económico y su influencia política.
Se opina que a los choques entre facciones le acompaña el temor de la población a un nuevo conflicto generalizado, cuando aún no logró desmarcarse del desatado del 2014 al 2020 entre el gobierno en Trípoli y la administración posesionada en la oriental ciudad de Tobruk.
Los choques más recientes se vinculan con el fracaso de no celebrar elecciones en diciembre y la negativa del primer ministro Abdul Hamid Dbeibah a renunciar en favor de otro titular, Fathy Bashagha, quien pretende hace tiempo gobernar desde la capital.
Partidarios de uno y otro se enfrascaron en combates con artillería pesada que causaron 32 muertos y 159 heridos, así como aislaron a centenares de ciudadanos en hospitales, edificios públicos y viviendas que sufrieron daños.
La violencia emergió pese a las reuniones celebradas el mes pasado entre altos cargos militares de las dependencias de poder oriental y occidental en un intento por unificar el mando de milicias y tropas.
Bashagha fue electo jefe del gabinete por el Parlamento al considerar que el mandato de Dbeibah, el último Ejecutivo consensuado un año antes con el auspicio de la ONU, expiró sin realizar comicios en diciembre, consulta suspendida indefinidamente.
Por su parte, la Fiscalía militar de Libia ordenó la restricción para viajar al exterior del primer ministro paralelo Bashagha, y al general Osama al Juwaili, jefe de milicias, en tanto prosiguen las investigaciones sobre los combates en la ciudad.
La prensa francófona sintetizó que: “la lucha estalló en varios distritos de Trípoli, cuando dos gobiernos rivales compiten una vez más por el poder en el país del norte de África, rico en petróleo, pero empobrecido”.
Eso último es parte esencial del asunto, cuando se multiplica la incertidumbre de la población acerca del destino inmediato del país, mientras que la institucionalidad se halla acosada por la aún persistente violencia fratricida.
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