El entonces primer ministro iría a la sede de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y hablaría por primera vez ante ese auditorio sobre autodeterminación, soberanía y paz, pero el Gobierno de Estados Unidos vio en ello una amenaza y comenzó de inmediato a adoptar medidas.
En poco tiempo dispusieron la restricción de movimientos al guerrillero revolucionario mientras estuviera en Nueva York, limitándolo a la isla de Manhattan, supuestamente por razones de seguridad.
Ante la acción del Departamento de Estado Norteamericano, la nación caribeña no se quedó de brazos cruzados y respondió el 16 de septiembre con el confinamiento del embajador estadounidense en La Habana, Phillip Bonsal, a un área reducida del Vedado capitalino.
Al día siguiente, los cubanos reaccionaron también frente a la hostilidad de la recién aprobada Ley Azucarera de Estados Unidos, catalogada como un acto de cobarde y criminal agresión económica, al atacar el sector azucarero, principal fuente de recursos de la isla.
El 17 de septiembre Fidel Castro y el presidente Osvaldo Dorticós firmaron una Resolución que nacionalizó un grupo de bancos norteamericanos que operaban en Cuba, una postura que puso en alto y claro la firmeza de la decisión de los cubanos de no ceder ante las presiones.
La mañana del domingo 18, cuando el primer ministro emprendió viaje a Nueva York al frente de la delegación que participaría en el XV periodo de sesiones de la Asamblea General de la ONU, estaba claro que no sería una visita como la de cualquier otro representante gubernamental.
Y así fue: si por un lado Estados Unidos dio muestras de su incapacidad para ser la sede de la ONU, por no mantener el debido respeto a la imparcialidad de ese organismo; el pueblo norteamericano y personas de otras partes del mundo brindaron al líder revolucionario las más cálidas expresiones de afecto y reconocimiento.
Más de cinco horas esperó la multitud la llegada del avión en el que viajaba Fidel, y pese a la pertinaz llovizna nadie se movió de su puesto, contó años después el historiador Eugenio Suárez.
Un fuerte dispositivo de seguridad con aproximadamente 500 policías y un número indeterminado de agentes secretos llegaron al aeropuerto en el intento por alejar al cubano de la multitud que lo aclamaba y que lo siguió en caravana de más de 100 automóviles, 25 ómnibus y varios camiones, hasta la ciudad.
Fueron esas personas humildes quienes lo esperaron en el hotel Shelburne y también lo acogieron en el hotel Theresa, en Harlem, cuando la delegación cubana fue expulsada de su alojamiento el 19 de septiembre.
Ni la exclusión de un almuerzo ofrecido por el presidente Eisenhower a las delegaciones latinoamericanas, ni los disparos contra los partidarios revolucionarios impidieron que la verdad de Cuba se escuchara el 26 de septiembre de 1960.
«Con todo lo justo estamos y estaremos siempre: contra el coloniaje, contra la explotación, contra los monopolios, contra el militarismo, contra la carrera armamentista, contra el juego a la guerra. Contra eso estaremos siempre. Esa será nuestra posición», afirmó entonces Fidel.
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