A 35 años de la adopción del Protocolo de Montreal, los expertos lo catalogan como un acuerdo medioambiental muy relevante, al resolver una de las mayores amenazas para la existencia humana.
La unión de más de 30 países permitió la eliminación y reducción del uso de sustancias que agotaban la ozonosfera, acción que además de garantizar la vida de las futuras generaciones, mejoraron los resultados de las iniciativas dirigidas a enfrentar al cambio climático.
El empleo de equipos ahorradores, realizar mantenimientos constantes al aire acondicionado y evitar comprar sprays o aerosoles que estén compuestos por clorofluorocarburos (CFC) representan algunos consejos que brindan los especialistas para el cuidado de la sombrilla natural de este planeta.
Según diversas fuentes, los CFC no se destruyen en la atmósfera baja y logran subir hasta la estratósfera donde se acumulan y dañan la capa de ozono, incluso, son responsables de un agujero ubicado sobre el Hemisferio Norte y la Antártica, descubierto en la década de los 80.
La reducción de la capa de ozono aumenta el nivel de radiación ultravioleta que llega a la superficie de la tierra, situación que trae consigo problemas de salud como cataratas, cáncer, e inhibición del sistema inmunitario.
El cuidado de esa capa protectora representa una prioridad para la comunidad internacional, conscientes de que sus esfuerzos protegen a la salud humana y a los ecosistemas, a través de la reducción de la radiación ultravioleta del sol que llega a la Tierra.
Cuando en 1994 la Asamblea General de Naciones Unidas proclamó el 16 de septiembre como el día internacional de la preservación de la capa de ozono, fijó una fecha para lograr mecanismos de cooperación y hacer un llamado a la consciencia de toda la humanidad.
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