Esa fue una labor trascendental para la lingüística y la humanidad, que abriría una puerta no solo a la escritura de una de las primeras civilizaciones históricas, sino también a su milenaria cultura.
Desde siglos anteriores, diversos eruditos habían intentado descifrar infructuosamente el enigma que ocultaban dichos símbolos y cuya clave se había perdido 1500 años antes; sin embargo, en 1799 se descubrió la Piedra de Rosetta durante la campaña militar francesa dirigida por Napoleón Bonaparte (1798-1801).
Esta roca de granodiurita (basalto negro compacto) es un fragmento de una estela egipcia, que contiene un decreto publicado en Menfis en el año 196 a.n.e. por un consejo de sacerdotes para honorar a Ptolomeo V, en el primer aniversario de su reinado.
Para suerte del conocimiento humano, el texto aparece en tres tipos de escritura: la parte superior en jeroglífico (usado por la casta sacerdotal en la época), la del medio en demótico (empleado para fines cotidianos en la sociedad) y la inferior, en griego antiguo que es propio de la dinastía y administración ptolemaica, de origen griego.
Sería Jean-François Champollion, historiador, lingüista y amante de los misterios egipcios, quien dedicara años de su vida a comparar los tres textos y al final, descifrara el significado de los jeroglíficos que tanto tiempo habían permanecido inaccesibles.
A los 16 años, este científico ya dominaba el hebreo, el árabe, el persa, el chino y algunas otras lenguas asiáticas. En 1820, motivado por el enigma, Champollion asumió el proyecto de decodificar la escritura jeroglífica, llegando a eclipsar los logros de Thomas Young, responsable de los primeros avances en este proceso antes de 1819.
A través de su conocimiento del copto – que data de la última etapa del egipcio antiguo, escrito en letras griegas –, el francés logró establecer conexiones entre los símbolos que estudiaba y los sonidos que ya conocía de las palabras coptas, para luego hallar su correspondencia en el texto en griego de la Piedra de Rosetta.
La escritura jeroglífica contiene signos que representan sonidos y otros que representan ideas; los eruditos básicamente creían que estos eran solo simbólicos. La contribución más importante del joven filólogo fue descubrir que también tenían valor fonético.
Al estudiar la roca (una copia en papel, pues la original se conserva en el Museo Británico desde 1802), descubrió que para representar los sonidos iniciales los egipcios utilizaban una imagen, por ejemplo, para la letra L se usaba la figura de un león y el buitre para la A.
Siguiendo este razonamiento, Champollion terminó por completar un alfabeto de jeroglíficos que permitió leer papiros e inscripciones en las paredes de tumbas y templos. Por el impulso que le confirió a la egiptología y a la comprensión de la cultura egipcia, se le considera el padre de este campo del saber científico.
(Tomado de Orbe)