El secretario de Relaciones Exteriores Marcelo Ebrard hizo la propuesta durante la sesión de trabajo I: Seguridad alimentaria y energética, de la Cumbre de Líderes del G20, que sesiona aquí, y les pidió redoblar sus esfuerzos con miras a movilizar esos recursos financieros a los países más pobres.
Admitió que la propuesta podría implicar reformas a los bancos Mundial e Interamericano de Desarrollo, y al Fondo Monetario Internacional, «pero los medios que debemos poner para el alto fin de garantizar tales seguridades globales están al alcance del G20 y no veríamos ninguna razón para no hacerlo».
Recordó que el presidente Andrés Manuel López Obrador en el Consejo de Seguridad de la ONU planteó destinar entre el 0,2 y el 0,4 por ciento del Producto Interno Bruto de los países representados en este encuentro para iniciar esa gran tarea de apoyar a cerca de mil millones de personas que sufren hambre ahora.
Sería factible hacerlo, dijo, e incluir aumento en la producción de fertilizantes, de alimentos; cada país tiene cosas distintas que hacer, porque hay que poner los fines que nos proponemos en consonancia con lo que destinamos para conseguir evitar el hambre.
El canciller mexicano también se pronunció a favor de incluir permanentemente en la Cumbre del G20 a la Unión Africana y a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).
Respecto al conflicto en Ucrania pidió a los principales líderes mundiales inversiones y soluciones para frenar el alza de precios y la carestía energética en el mundo.
Ebrard dialogó con líderes de China, Reino Unido y Canadá, entre otros, con quienes trató varios temas, pero en especial este de la propuesta mexicana, y en un llamado aparte pidió a los gobernantes de Rusia y Ucrania, así como al G20 a promover de inmediato un diálogo que permita el cese de las hostilidades.
En materia de seguridad energética, el canciller recordó el anuncio realizado la semana pasada por México, en el marco de la COP27, para incrementar las metas nacionales de reducción de emisiones de 22 hasta un 35 por ciento en 2030, duplicando la capacidad doméstica de producción de energías limpias en solo ocho años.
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