En esta semana, el presidente Joe Biden conmemoró el aniversario 10 de la masacre en la escuela primaria Sandy Hook, Connecticut, en la que el joven de 20 años Adam Lanza acabó con la vida de seis profesores y 20 niños de seis y siete años, en menos de 11 minutos.
“Debemos sentirnos culpables por haber tardado demasiado en abordar este problema”, dijo el gobernante en un comunicado, y enfatizó en “la obligación moral de aprobar y aplicar leyes que puedan evitar que estas cosas vuelvan a ocurrir”.
Desde que asumió el cargo, Biden firmó órdenes ejecutivas contra la proliferación de las llamadas armas fantasma, que no tienen número de serie y son más difíciles de rastrear.
También en junio rubricó un proyecto de ley bipartidista para la supuesta regulación de esos artefactos, que pone énfasis en la comprobación de los antecedentes de los compradores de entre 18 y 21 años, pero no establece prohibiciones para los rifles de asalto, presentes en los tiroteos más mortíferos de la nación.
Sin embargo, los incidentes en 2022 en los que cuatro o más personas, además del atacante, recibieron disparos, representan el segundo total anual más alto desde que la organización Gun Violence Archive comenzó a rastrear los datos, en 2014.
Los norteamericanos tienen consagrada la garantía de poseer y portar armas en la Segunda Enmienda a la Constitución, lo cual recibe críticas de quienes dicen que ello amenaza el derecho a la vida.
“Ya es suficiente. Nuestra obligación es clara. Debemos eliminar estas armas que no tienen otro propósito que matar gente en grandes cantidades. Está en nuestras manos hacerlo”, insistió Biden en el mensaje publicado por la Casa Blanca.
También en días recientes fue noticia que la tasa de fallecimiento con estos dispositivos letales entre los afrodescendientes aquí fue casi siete veces mayor que la de los blancos de 2019 a 2020.
De acuerdo con un estudio divulgado en la revista científica Plos One, los homicidios con esos artefactos aumentaron un 39 por ciento entre los hombres negros en dicho periodo, al tiempo que reconoció que en las últimas cuatro décadas las lesiones por armas de fuego afectaron de manera desproporcionada a ciertos grupos demográficos.
Otros hechos que trascendieron fueron las sesiones aquí de la Cumbre de Líderes de Estados Unidos y África, del 13 al 15 de diciembre, que pretendió reforzar las futuras relaciones con ese continente e incluyó promesas de financiación para varios proyectos por parte de Washington dirigidos a infraestructuras, salud y la batalla contra el cambio climático,.
Según Biden, su país está “implicado por completo en el futuro de esa región”, pero en opinión de analistas, en realidad la convocatoria buscó reposicionar los intereses de la Casa Blanca en esa parte del mundo ante la influencia de China y Rusia.
Es la primera vez desde 2014 que la Mansión Ejecutiva organiza una cita de semejante naturaleza con líderes africanos.
La celebrada hace ocho años, bajo la administración de Barack Obama (2009-2017), despertó esperanzas, aunque se terminó recortando la ayuda hacia el área.
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