Aparte el impacto en las precarias economías de los cosecheros del voraz apetito de las aves, está una crisis regional por la escasez de alimentos derivada del aumento de los precios por el conflicto en Europa oriental y las prolongadas sequías en el este africano.
Solo en 2022, el infame año pico de la pandemia de Covid-19, los campesinos de Kisumu reportaron pérdidas por 50 millones de dólares, suma que, para ellos, amenaza su supervivencia económica.
Acorde con estadísticas oficiales la última cosecha de arroz de la zona de Kano fue de cinco mil toneladas métricas, tres cuartas partes de las cuales fueron a parar a los estómagos de las queleas, lo que impide a los cosecheros satisfacer las deudas contraídas con los bancos.
Por si fueran poco el factor económico y el climático, están las plagas de langostas, esos insaciables insectos que todos los años invaden los cultivos en África y el Levante, y engullen millones de toneladas de alimentos aunque en algunos países al sur del Sahara, devuelven lo consumido en la forma de alimento de las masas m´ñas desfavorecidas.
Ante la gravedad de la crisis las autoridades anunciaron una campaña de exterminio masivo consistente en la aspersión en la zona de productos tóxicos para las aves con la esperanza de restablecer el equilibrio entre humanos y fauna y, de paso, la economía dfe la zona y el suministro de arroz al mercado interno.
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