Gustavo Espinoza M.*, colaborador de Prensa Latina
A ambos, y a los gobiernos que los administraron, les debemos el conjunto de iniquidades que hoy soliviantan a millones, y abren cauce para que el país cambie. “Cuando el río suena, es porque piedras trae” dice el refrán que tiene una dramática similitud con lo que ahora ocurre; pero que en el plano de la interpretación metafórica, se relaciona también con la “Tempestad en los Andes” de la que nos hablara, premonitoriamente, Luis E. Valcárcel.
Les debemos, por ejemplo, una estructura de dominación que ha pauperizado a millones, acumulando inmensa riqueza en manos de unos pocos. Sabemos, entonces, que el tres por ciento de los peruanos ubicados en lo más alto de la pirámide social, gana tanto como el total que obtiene el 67 por ciento de los que menos tienen; que el 78 por ciento de la PEA, carece de empleo y está realmente desocupada, por lo que se ve forzada a idear su propio “oficio” como vendedor ambulante o taxista a fin de sobrevivir en condiciones francamente deplorables; y que el 40 por ciento de la PEA ha descendido en su nivel de vida en la última década.
Sabemos también que en las regiones “más ricas” del país por su ingente minería, hay hasta un 67 por ciento de peruanos que vive bajo el límite de la pobreza; y que el 87 por ciento de los niños en Cajamarca, Puno, Huancavelica, Andahuaylas o Cerro de Pasco sufre desnutrición crónica, y tiene los pulmones invadidos por plomo.
Sabemos que la salud no es un derecho, sino una mercancía y que si un ciudadano no tiene recursos para pagar los servicios de una clínica privada, sufre de total desamparo. Si es “asegurado”, deberá mendigar una cita durante varios meses “para ser atendido”; y si no lo es, el Sistema Nacional de Salud lo tendrá igualmente en espera, pero le dispondrá- mientras tanto- Tomografías computarizadas que deberá pagarlas en “la posta de la esquina, porque el Tomógrafo de acá está malogrado”.
Y que la educación, tampoco es un derecho. Que el analfabetismo, existe; y que más allá de él, hay millones de personas que saben leer, pero no entienden lo que leen; y otros más que aprendieron a leer, pero que con el tiempo, se volvieron analfabetos por desuso, porque no tuvieron posibilidad alguna de aplicar su dominio, ni recursos para seguir estudios, o para comprar libros.
Y que el sistema, además de mercantilizar la educación, ha denigrado la carrera docente y envilecido al magisterio estableciendo “Institutos Pedagógicos Privados” empeñados en repartir títulos como si fuesen volantes; en tanto que el Estado subvenciona a las Universidades Privadas mediante el sistema de becas; las reconoce como “académicamente solventes” y libera del pago de impuestos a todas, para que se embolsen el total de recursos que obtienen a través de ése, su “servicio educativo”, el más lucrativo de los negocios de nuestro tiempo.
Que, adicionalmente, ha multiplicado la burocracia en todos los niveles. Creado Ministerios y dependencias públicas sin ton ni son. Se recuerda, por ejemplo, que cuando en el 2017 arreciaron las lluvias, destruyeron caminos y cayeron viviendas, se alzó la voz de millones demandando ayuda para reconstruir la vida. El Presidente de entonces tomó el reclamo y para “ir más allá”, aseguró que debía impulsarse una “reconstrucción, pero con cambios”.
Eso, que debió tomarse apenas como una frase feliz para impulsar obras, se convirtió en un monstruo burocrático con miles de funcionarios y millones de soles de presupuesto. Hoy, cuando se repite la tragedia, sabemos que no hubo ni reconstrucción, ni cambios.
En paralelo, se ha incrementado en cuatro veces el personal administrativo del Congreso de la República de tal modo que hoy hay cuatro mil empleados para un total de 130 congresistas, lo que equivale a 26 trabajadores por cada parlamentario. Por lo demás, parlamentarios, ministros y otros altos funcionarios disponen de privilegios y gollorías nunca antes vistas: beneficios adicionales, ingresos complementarios, seguros privados, tecnología de punta, y muchos otros que han creado una “casta gobernante” parasitaria, soberbia; pero además, inútil.
Mientras todo esto ha venido ocurriendo, los damnificados por las inundaciones de hoy, se han enterado que “no hay recursos” para comprar motobombas, habilitar partidas, o ayudarlos porque los recursos hoy se destinan a otra cosa: a adquirir alfombras, financiar bufets, embellecer oficinas; o adquirir bombas lacrimógenas y armas anti disturbios: cuando no a financiar operativos militares y policiales como los recientes, que ya dejaran una estela de más de 70 muertos. Ayacucho, Andahuaylas y Puno saben de eso hasta el hartazgo.
De alguna manera puede decirse que los pueblos también se alimentan de símbolos. Por eso la imagen de la mujer que se alzara del barro con su propio esfuerzo, o la del infante que fuera devuelto a la vida por un arriesgado y modesto rescatista deben quedar en la pupila de todos.
Son la imagen de una sociedad rota, quebrada por un régimen social opresor y que en el mundo hoy está en decadencia.
Cuando se derrumbe el tinglado abyecto que lo sostiene contra la voluntad de millones, entonces se hará justicia.
rmh/gem
*Profesor y periodista peruano.