Por Jorge López Rodríguez
Redacción de Internet
Amigo de nobles, escritor y catedrático en lengua latina y consejero del Rey de España, nació en Etiopía en 1518 y de niño fue vendido a Luis Fernández de Córdoba, para ser sirviente y compañero de juegos de su hijo Gonzalo Fernández de Córdoba, nieto del famoso militar español del mismo nombre.
Amo y esclavo forjaron una estrecha relación durante la infancia y juventud, sobre todo tras quedar Gonzalo huérfano en 1526, por lo cual fue a vivir en casa de su abuela materna en Granada, una ciudad con gran dinamismo intelectual y político y donde fueron bien conocidos.
El joven Gonzalo, convertido en duque de Sessa y conde de Cabra, recibió una esmerada educación en latín, griego, poesía, música, arte militar y protocolo.
Juan, que por sus obligaciones debía acompañarlo a clases, fue también empapándose de todas esas enseñanzas pues, aunque tenía prohibido entrar a las aulas, se quedaba fuera pero con la oreja pegada a la puerta.
Un día se les acercó don Pedro de la Mota, profesor, catedrático y referente en aquella Universidad, que hacía tiempo venía observando a Juan, y quiso conocer a aquel muchacho que mostraba más ganas de aprender que muchos dentro del aula.
Tras varias jornadas de charla decidió encargarse personalmente de formar al muchacho, luego de obtener el permiso de sus amos.
Los duques, conocidos mecenas de las artes, viendo el entusiasmo y talento de Juan, y lo animaron para que dedicase su tiempo al estudio de las letras.
La Universidad le aceptó como alumno y logró ser bachiller en filosofía a los 28 años, ya que todavía era esclavo y no podía dedicarse de lleno a las tareas académicas.
Continuó su aprendizaje mientras se dedicaba además a la docencia, en la cual ganó notable fama, al punto que cuando el arzobispo Pedro Guerrero decidió crear un estudio para la enseñanza de la Gramática, lo nombró como profesor de latín, por lo que empezó a ser conocido como Juan Latino.
Fue precisamente en esta faceta que conoció a Ana de Carleval, hija de uno de los administradores del duque de Sessa, considerada una de las muchachas más hermosas de la ciudad, de la cual se enamoró y para su sorpresa fue correspondido.
La dama quedó embarazada y cuando se supo sobre su relación con el esclavo ilustrado, se armó un gran escándalo que finalmente fue resuelto gracias, de nuevo, al apoyo y la influencia de Gonzalo Fernández de Córdoba, en ese momento un prestigioso consejero en la corte.
Él le concedió a Juan no solo la libertad, sino también -por consejo de Juan de Austria, hermanastro del Rey-, sus apellidos y una dote que le permitiera fundar un linaje propio, formando una de las primeras parejas mixtas legalmente constituidas en España.
CON UN PRESTIGIO ASCENDENTE
Así, en noviembre de 1556, a los 38 años, consiguió el grado de licenciado y apenas un año más tarde resultó propuesto como catedrático de Gramática de la Santa Iglesia Catedral de Granada.
Para alcanzar dicho puesto fue examinado por el arzobispo Pedro Guerrero, hombre culto y orador experimentado, el jurista Pedro de Deza y el gobernador Íñigo López de Mendoza, IV conde de Tendilla.
Juan de Sessa acabaría sucediendo a don Pedro de la Mota, el mismo que le permitió continuar sus estudios en la universidad a aquel esclavo negro, quien siempre estaba con el oído pegado a la puerta del aula, puesto que mantuvo al menos durante 20 años.
Su prestigio creció enormemente, pues el día de San Lucas de 1565 fue el encargado de pronunciar el discurso de apertura académica de la Universidad de Granada.
Juan Latino se convirtió así en el primer catedrático negro en la historia de los estudios superiores en España, el primero que escribió y publicó obras de creación literaria en latín erudito, el primer humanista afroespañol. La fama sobre su conocimiento de la lengua latina fue tanta que Cervantes, quien nunca logró dominar el latín, le alabó en el prólogo del Quijote; también Lope de Vega hizo lo propio, y hasta le dedicó unos versos.
Resultó tan reconocido que se le encargó una semblanza de don Juan de Austria tras su triunfo en Lepanto, volumen que se tituló «Austriada Cármine».
La segunda gran obra fue una elegía al que fuera su amo, amigo (y hermanastro) Gonzalo Fernández de Córdoba tras la muerte de este, mostrando afecto sincero y profundo hacia él.
Y la tercera, una carta a Su Majestad Felipe II de España, el monarca más poderoso del mundo en aquel momento, defendiendo la permanencia de los restos de los Reyes Católicos en la Capilla Real de Granada, ante la intención de llevárselos al Escorial.
Muchos y sólidos debieron ser los argumentos pues Isabel y Fernando prosiguen su sueño eterno en Granada.
El propio Felipe II mandó a hacer un retrato suyo para colocarlo en la Galería de Hombres Sabios, que se perdió mucho después, durante el incendio del Alcázar Real de Madrid.
Esta es la historia «del negro Juan Latino», reconocido en vida como persona culta y de muchas letras, que vivió casi 90 años, tuvo cuatro hijos, y fue querido y valorado más allá de prejuicios, estereotipos y las circunstancias.
Sus restos descansan en Granada, en la cripta de la Iglesia mudéjar de Santa Ana y San Gil, junto al río Darro.
arb/mml/jlr