Tras sufrir un tortuoso camino para hacerse del mazo en ese hemiciclo, el congresista de California enfrentará en el futuro inmediato quizás las pruebas más duras de su mandato: los debates sobre el aumento del techo de la deuda y la financiación del gobierno, que, de fracasar, nada bueno reportaría a una economía ya frágil, en opinión de analistas.
En general, los republicanos apoyan sus intentos de obligar al presidente Joe Biden a negociar recortes del gasto social como condición para elevar el tope de la deuda, algo que el actual ocupante del Despacho Oval rechaza, destacó el diario The Hill.
Pero su posición está debilitada por factores como las disputas internas sobre las prioridades políticas, las tensiones entre bastidores de McCarthy y otros altos cargos de su formación; así como las concesiones que hiciera al ala más conservadora de los republicanos de la Cámara Baja con tal de asumir el puesto, colocándolo en una situación vulnerable.
Por ejemplo, cualquier miembro de su bancada podría pedir una votación para destituirlo de considerar argumentos que lo justifiquen.
Las discusiones que se avecinan en el 118 Congreso pondrán a prueba la capacidad de liderazgo del californiano para zanjar divisiones y salir a flote, porque un fallo provocaría agitación económica, esfuerzos para echarlo del cargo, o ambas cosas.
«Hay miembros (republicanos) que -explícita o implícitamente- dejan claro que no van a seguir una agenda que no les gusta. Así que es una situación muy, muy difícil», advirtió sobre la posición de McCarthy la representante demócrata Jan Schakowsky, citada por The Hill.
«Veremos si puede salir adelante», opinó la parlamentaria de Illinois, miembro principal de la Comisión de Presupuestos.
Para asegurar el martillo el pasado 7 de enero tras 15 votaciones, McCarthy tuvo que socavar la oposición de un bloque de conservadores de línea dura en lo que fue la contienda más larga en 164 años.
A Estados Unidos volverá otra vez el drama del techo de la deuda luego de recurrir en enero a medidas extraordinarias para amortiguar el golpe del impago.
Una vez llegado al ‘límite legal’ de endeudamiento el pasado 19 de enero (31,4 billones de dólares), el Departamento del Tesoro anunció “ciertas medidas extraordinarias” para impedir que el país incumpliera sus obligaciones, dijo entonces la secretaria Janet Yellen.
En una carta dirigida a los congresistas, la jefa del Tesoro recordó que el techo de la deuda es una ley federal que establece la cantidad total de dinero que el gobierno está autorizado a pedir prestado para cumplir con sus compromisos legales.
Esos fondos permiten pagar subsidios del Seguro Social y Medicare, los salarios del Ejército y los intereses sobre la deuda nacional, por citar algunos ejemplos, y contrario a ciertas percepciones públicas, elevar ese techo no autoriza al Ejecutivo a gastar más.
Para los próximos meses, el Congreso de Estados Unidos tiene que votar la elevación del techo de la deuda –algo que pese a todo siempre se aprueba-, pero, en esta ocasión, la polarización política hará, sin dudas, el proceso mucho más complejo. Lo cierto es que este tema acabó por convertirse en un elemento que atiza guerras partidistas y cuenta con fuerte potencial de generar inestabilidad financiera.
El techo de deuda es una particularidad de la legislación estadounidense que para no pocos analistas lo ideal sería eliminarlo.
Para los expertos, carece de sentido que periódicamente la estabilidad financiera global esté sujeta a lo que suceda en el Capitolio, más en tiempos como los que corren aquí, en los que existe un alto grado de crispación política. En caso de un default (que el país no cuente con dinero líquido, o sea, en efectivo, para hacer frente a su deuda), se crearía un pánico financiero de consecuencias catastróficas.
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