En paralelo, la justicia keniana decretó la permanencia en prisión del pastor de la Iglesia Internacional de las Buenas Nuevas, Paul Nthenge Mackenzie, de rito evangélico, acusado ahora de la muerte de 145 feligreses, menores incluidos, a los que alentaba a ayunar hasta la muerte como vía expedita hacia la gloria celestial.
Sobre el predicador y 17 allegados, incluida su esposa, pesa una acusación formal de terrorismo en el proceso bautizado Masacre del Bosque Shakahola por el lugar donde operaba la secta.
Los exámenes forenses de los cadáveres determinan que la mayoría de las víctimas murieron de inanición aunque otras muestran señales de ahorcamiento y golpizas, anunció el jefe del equipo médico, doctor Johansen Oduor, según el cual en algunos restos faltan órganos, lo que abre la posibilidad, no comprobada, de que hayan sido vendidos.
Otro sospechoso de complicidad, un pastor de la misma iglesia, Ezekiel Oderofue arrestado, sus cuentas bancarias congeladas, pero y liberado bajo fianza tras la detección de varios de sus parroquianos entre las víctimas de la masacre.
El escándalo provocado por el suceso movió al presidente keniano, William Ruto, a revisar el marco regulatorio y legal para las organizaciones religiosas de las cuales existen en este país africano en el cual predominan los seguidores del cristianismo, existen unas cuatro mil.
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