Los acontecimientos del amotinamiento sucedieron con una velocidad cinematográfica.
Bien entrada la noche del 23 de junio, en el canal de Telegram vinculado al fundador del grupo Wagner, Evgueni Prigozhin, se publicaron varias grabaciones de audio con su voz que afirmaban que sus unidades habían sido objeto de ataques, de los que culpó a la cúpula militar de Moscú.
El Ministerio de Defensa desmintió de inmediato esa información y aseguró que era falsa. Mientras tanto, las unidades del grupo Wagner se dirigieron a la ciudad de Rostov del Don, ocuparon la sede del Distrito Militar del Sur y exigieron la destitución de los principales altos cargos de la cartera.
Como consecuencia de estas declaraciones, el Servicio Federal de Seguridad abrió una causa penal por llamamiento a la insurgencia armada.
El presidente Vladímir Putin, en su mensaje a los ciudadanos de Rusia, declaró que las actividades de esos combatientes eran una “traición”, pero dejó un espacio para que los amotinados recapacitaran y descartó el uso de fuerza militar con el fin de evitar el derramamiento de sangre.
Mientras una parte de los insubordinados permaneció en Rostov del Don, una caravana con vehículos blindados y técnica de combate marchó hacia Moscú.
La dirección del país declaró un régimen de operación antiterrorista en varias regiones del país, incluida la capital.
Después, llegó la noticia de los acuerdos alcanzados por el presidente belaruso, Aleksander Lukashenko, con Prigozhin, que pusieron fin al levantamiento y, lo más importante, se evitó el derramamiento de sangre, la confrontación interna y unos enfrentamientos cuyos resultados habrían sido impredecibles.
Las conversaciones entre Lukashenko y Prigozhin se efectuaron a propuesta del primero y con la anuencia de su par ruso.
Más allá de la oportuna e inteligente mediación del mandatario belaruso, quien en lo personal conoce desde hace más de 20 años a Prigozhin, el factor determinante de la solución a la crisis fue la posición de la sociedad rusa.
Todos los dirigentes de las regiones, destacados políticos, incluidos los representantes de las dos cámaras del Parlamento, líderes religiosos, figuras públicas, combatientes de primera línea del frente, así como los jefes militares, condenaron la peligrosa aventura de Prigozhin.
La sociedad rusa expresó su resuelta condena a la rebelión, mostró que está del lado de las autoridades legítimas y de la paz civil. Los rebeldes quedaron sin apoyo, aislados, y se vieron obligados a desistir de sus planes.
(Tomado de Orbe)