En los últimos meses Estados Unidos, Francia y el Reino Unido emprendieron una ofensiva de encanto hacia el continente africano con el empleo de pesos pesados políticos, como la vicepresidenta estadounidense, Kamala Harris, y el presidente francés, Emmanuel Macron, por solo mencionar algunos.
El súbito interés las potencias occidentales en África fue despertado por la necesidad de encontrar apoyo para su guerra contra Rusia a través de Ucrania y explican el amplio muestrario de promesas de ayuda económica expuesto por los huéspedes y visto de incredulidad por los anfitriones.
Como era de esperar los resultados no justificaron los esfuerzos y, por el contrario, encontraron que los africanos no son rencorosos, pero tienen buena memoria y recuerdan con claridad que Washington fue aliado fiel de las metrópolis coloniales: Francia, Reino Unido, en primer término, aunque no las únicas.
En una maniobra paralela, el canciller ruso, Serguei Lavrov, con menor esfuerzo cosechó cantidad sustancial de reconocimientos al apoyo soviético a los procesos de liberación que modificaron el paisaje político africano con el toque final decisivo de la derrota del sistema racista en Sudáfrica.
La visita del monarca tiene fines menos ambiciosos: preservar la Commonwealth (Mancomunidad de Naciones, tras perder el adjetivo Británica) o lo que es igual mantener un pie en el continente donde alguna vez sus designios eran ley y su autoridad incuestionable.
Un ejemplo del escenario que encontrará Carlos III en Kenya es la demanda de justicia de Gitu Wa Kahengeri, un nonagenario veterano del movimiento Mau Mau, entre los más denostados de África contra el cual la metrópoli y su aliado estadounidense lanzaron la artillería de toda una literatura y su cinematografía.
Los Mau Mau eran representados como unos salvajes con huesos atravesados en las narices, vestidos con pieles de animales que armados de lanzas y flechas atacaban a los pobres colonos británicos asentados en este país del oriente africano.
Ninguno de esos testimonios mencionaba que aquellos salvajes demandaban la devolución de sus tierras usurpadas a sangre y fuego para enriquecer a extranjeros que no dejaban ningún beneficio a cambio.
Ni tampoco que los anticolonialistas eran encerrados en campos de concentración, que Londres inventó en Sudáfrica, a fines del siglo XIX, reeditados después en Cuba por las autoridades coloniales españolas, por los nazis en Alemania y por Israel en la franja de Gaza.
El veterano recuerda muy bien que fue encerrado en uno de esos campos en el cual fue torturado, apaleado y se le negó alimentación por largos períodos de tiempo sin que hasta el momento se le haya hecho justicia.
Espero del gobierno británico disculpas, una compensación y sobre todo justicia, dice el nonagenario, presidente de la Asociación de Veteranos Mau Mau, miembros de la etnia kikuyu, expulsada de las tierras kenianas más feraces en favor de los colonos británicos.
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