Por Teyuné Díaz Díaz
Jefa de Redacción Económica, Prensa Latina
A propósito del XIV Encuentro de Internacional de Economistas sobre Globalización y Problemas del Desarrollo (del 14 al 17 de noviembre), Prensa Latina entrevistó en exclusiva a Gambina, doctor en Ciencias Sociales y vicepresidente de la Sociedad de Economía Política y Pensamiento Crítico en América Latina (Sepla).
El investigador argentino subrayó que el capitalismo en su larga historia, desde la acumulación originaria, desarrolló una ofensiva permanente.
Un contexto en el cual América Latina fue territorio de un inmenso genocidio y saqueo de bienes comunes, solo contrarrestado en tiempos de la revolución rusa por la perspectiva de la extensión (1945-1991) del proyecto socialista y, por consiguiente, la bipolaridad de la economía mundial.
Claro, ello puso a la defensiva al capitalismo desarrollado y “retomó una estrategia de ofensiva contra el trabajo, contra la naturaleza, contra la sociedad, y en ese momento estamos”, apuntó Gambina.
De ahí surgió la ofensiva neoliberal, continuó, mediante la práctica del terrorismo de Estado en los países de Sudamérica, pero en cambio la lucha latinoamericana mostró una profunda crítica al capitalismo de esta época a partir de la visión de un proyecto emancipador y alternativo.
Los acontecimientos de la primera década del siglo XXI en la región crearon muchas expectativas y esperanzas, incluso una fortísima articulación de América Latina y el Caribe con Cuba que dio surgimiento a importantes experiencias como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).
Este mecanismo busca alternativas aunque en su interior coexistan gobiernos con una orientación de derecha y de izquierda, recordó el investigador argentino.
Pero esas grandes expectativas en América Latina y el Caribe fueron frustradas por políticas limitadas, en el intento de conciliación de clases, de humanización del capitalismo, de no confrontación con los capitales transnacionales, con los principales estados del capitalismo mundial o con organismos como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial.
Esas perspectivas neodesarrollistas, reflexionó, de criticar al neoliberalismo sin descalificar al capitalismo generaron iniciativas políticas de ultraderecha como el caso del expresidente de Brasil Jair Bolsonaro o la disputa en el proceso electoral argentino entre el actual gobierno y la ultraderecha.
Una ultraderecha agazapada en Chile que intenta revertir la dinámica política generada por el movimiento juvenil, social y popular. Igual ocurre en Colombia, o la situación recurrente en Haití donde los intentos históricos de rebelión popular de los últimos años recogen la tradición antiesclavista de la Revolución de 1804.
En conjunto, una muestra que “de no avanzar con fuerza contra el poder económico, político, y su influencia a través de medios de comunicación y redes sociales, resultará muy difícil para los movimientos sociales y populares desplegar una estrategia de acumulación de poder popular para avanzar”, apuntó Gambina.
En una dinámica para resignificar la integralidad de la crítica al capitalismo y sistematizar las diversas formas existentes en la región, surge una nueva subjetividad consciente para otro mundo posible.
Corrientes como el sindicalismo combativo, distintas formas de organización y lucha de trabajadores (sean empresas recuperadas cooperativas, autogestionadas) es la nueva expresión asumida por sujetos históricos, pero resignificados.
Tal es el caso del indigenismo, el movimiento de mujeres y diversidades, el ambientalismo, la crítica al modelo productivo contemporáneo, precisó.
Por eso la realidad del presente para pensar la crítica al capitalismo no es solo confrontar con el modelo hegemónico sino visibilizar las luchas y formas de organización del movimiento popular para contrarrestar la ofensiva del capital.
Desde una estrategia popular, significa construir la posibilidad y la perspectiva de un orden económico, social, cultural, alternativo, que termine con la explotación, con el saqueo y con toda forma de discriminación y racismo.
LA PROFUNDA CRISIS DEL CAPITALISMO
Entre las principales tendencias el capitalismo se reconoce el tránsito de una profunda crisis bursátil, bancaria, desplegada con fuerza en 2007-2009, especialmente en Estados Unidos, recordó el investigador.
Una situación que generó, amplió, una respuesta gigantesca de intervención estatal pese al liberalismo económico como corriente principal en Estados Unidos, y en los principales países del capitalismo desarrollado y a escala mundial.
Ese fuerte intervencionismo, hasta el presente, significa un crecimiento fenomenal del endeudamiento externo, especialmente de Estados Unidos que tiene la capacidad para empeñarse por el peso internacional de su moneda, el dólar.
Desde ese entonces el crecimiento anual económico del capitalismo no se recuperó a niveles previos a la crisis del 2007. Un complejo panorama, al cual se sumaron la pandemia de la Covid-19 (causante de una profunda recesión mundial en 2020; la guerra en Europa desde comienzos de 2022 (en Ucrania) y la actual situación en Palestina.
Constituye una muestra de la tendencia al agravamiento de las crisis, a la ralentización del proceso económico, y claro, a un crecimiento de la desigualdad como característica de esta época, resumió Gambina.
La pandemia supuso el mejoramiento de la rentabilidad del capital invertido en salud derivado de la mercantilización en esa área, en las cuestiones asociadas al desarrollo farmacéutico y de vacunas. Sin embargo, pese a la situación sanitaria, el capitalismo mundial no permitió la eliminación de las patentes.
“Privilegió el negocio de las vacunas, el negocio farmacéutico al negocio medicinal por encima de la población mundial”, remarcó el experto.
Explicó que “se privilegia el complejo militar industrial, crece el militarismo y empuja el incremento del gasto militar y en armamentos que solo sirven para la guerra y la destrucción”.
En su conjunto, con la crisis una característica del capitalismo de esta época es la criminalización del orden vigente, y el estímulo a la compraventa de drogas, el tráfico de armas, la trata de personas, el impulso al capital ficticio, cuya contrapartida es el endeudamiento de los países, especialmente los más empobrecidos.
Trae consigo una mayor explotación de la fuerza de trabajo, y con ello, el deterioro de la capacidad de compra y de condiciones de vida de la mayoría empobrecida y trabajadora de la población mundial.
Es un estímulo y aliento al saqueo de los bienes comunes, especialmente en África y América Latina, territorios con una importante dotación de bienes comunes necesarios para el desarrollo de la producción capitalista trasnacionalizada de este tiempo histórico, concluyó.
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