Por Julio Morejón Tartabull
De la redacción África y Medio Oriente
Un resumen de ONU detalló la angustia en la región de Darfur, en el oeste sudanés, una de las mayores víctimas de conflictos en ese país.
EL informe al Consejo de Seguridad ofrece datos de Inteligencia sobre Al Geneina, cabecera de Darfur Occidental, donde de 10 mil a 15 mil personas murieron por la violencia.
Según la fuente, que incorpora versiones de testigos, los crímenes con perfil étnico fueron perpetrados por milicias paramilitares de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) y facciones aliadas.
En otros datos oficiales sobresale que desde el 15 de abril de 2023, cuando comenzó el conflicto entre el ejército y las RSF en Sudán, unas 12 mil personas perecieron en todo el país.
Confiando en esas notificaciones es evidente que los crímenes se concentraron mayormente en Darfur Occidental respecto otras locaciones, incluso aquellas donde se hallan la capital, Jartum, o la importante ciudad de Omdurmán.
El factor indisposición de las comunidades resurgió en esa contienda, pese a los acuerdos de paz firmados en 2020, en pleno proceso de transición, que supuso avances en la reconciliación nacional.
GUERRA EN LA GUERRA
De abril a junio de 2023, Al Geneina sufrió “violencia intensa», anotaron observadores al acusar a las RSF y sus aliados de atacar a la tribu masalit con acciones que «pueden constituir crímenes de guerra y contra la humanidad».
Las Fuerzas de Apoyo Rápido rechazaron las acusaciones y aseveraron a la prensa que “cualquiera de sus soldados involucrados enfrentaría la justicia”.
Académicos vinculan la guerra, evento intermitente de 2003 a 2020, primero con choques de pueblos musulmanes de las etnias fur, zaghawa y masalit, con los abbala (de origen árabe).
Ese conflicto alineó a las guerrillas de una parte y en la otra al ejército con las milicias paramilitares Yanyauid (jinetes árabes a caballo), progubernamentales y matriz de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), del general Mohammed Hamdan Dagalo.
Tras acordar la paz en 2020, la propuesta fue incorporar a esas facciones a las fuerzas armadas, lo cual no se logró por intereses contrapuestos en la cúpula castrense, encabezada por el general Abdel Fattah al Burhan.
La lucha por el poder entre los dos altos cargos, quienes sucedieron en la autoridad sudanesa al presidente Omar Hasàn al Bashir en 2019, desató la contienda en abril pasado y su secuela de angustia, porque, pese a gestiones mediadoras, empeora por día.
Esa contienda interna –potenciada por la inestabilidad institucional y las reminiscencias de asuntos raciales- carece de una definida voluntad negociadora, se reiteran los fracasos al respecto y la influencia foránea hasta ahora no basta.
Así, mientras Sudán, otrora el país más extenso de África, se deshace, la situación humanitaria va con rumbo al caos en flujos migratorios que parecen imparables y afectan a ciudades sobrecargadas o a otros Estados como el vecino Chad.
Aunque la región darfurì la integran tres estados (Shamal Darfur o Darfur Septentrional, Gharb Darfur o Darfur Occidental, y Janub Darfur o Darfur Meridional), la zona oeste es la más perjudicada por los enfrentamientos.
ROMPER EL CERCO
Sudán permanece atrapado en un compendio de vicisitudes con una economía en muy difícil situación, una institucionalidad “de golpe de Estado” y un complicado mosaico de comunidades que persiguen la supervivencia a toda costa.
Unido a eso y por la guerra el país perdió protagonismo en la arena internacional y en algunos pronósticos no se descarta otra fractura territorial u otra redistribución del mando basada en influencias de las comunidades.
Pero para prever con base firme se requiere primero alcanzar la paz, pues romper el cerco de la violencia es una necesidad para detener el suplicio de centenares de miles de desplazados y hacer justicia a los miles de muertos.
La condición de quienes huyen del conflicto empeoró, de acuerdo con reportes de la ONU, en tanto que alrededor de medio millón de personas abandonaron Sudán e ingresaron en el este de Chad a cientos de kilómetros de Amdjarass, capital de la región de Ennedi Este.
Esa población migrante trata de hallar un espacio seguro al otro lado de la frontera, aunque constituye una sobrecarga para el país vecino.
En tales condiciones se comparten las secuelas de una guerra ajena que por características humanas y territoriales repercute fuera de sus escenarios originales dispuesta a extenderse en tiempo y espacio.
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