Así concluyó un equipo dirigido por Erika Rees-Punia, de la Sociedad Americana Contra El Cáncer, y Christopher Swain, de la Universidad de Melbourne, en Australia, tras analizar a más de 10 mil 600 personas con antecedentes de cáncer y otras 51 mil sin la enfermedad.
Entre ambos grupos de participantes, una mayor actividad física se vinculó con un dolor menos intenso.
El alcance del vínculo entre la actividad y el dolor fue similar entre ambos grupos, lo que, según los investigadores, indica que el ejercicio puede reducir el dolor relacionado con el cáncer de la misma manera que lo hace con otros tipos.
Las directrices de Estados Unidos recomiendan entre 2,5 y cinco horas a la semana de actividad aeróbica de intensidad moderada, o entre 1,25 y 2,5 horas de actividad vigorosa.
Entre los participantes que habían tenido cáncer, los que superaban las directrices tenían un 16 por ciento menos de probabilidades de reportar un dolor de moderado a intenso, en comparación con los que no cumplían con las directrices, encontró la pesquisa.
Los expertos también hallaron que los participantes que eran constantemente activos o que se volvieron activos en la edad adulta mayor reportaron menos dolor que las personas que permanecieron inactivas.
«Puede parecer contradictorio para algunos, pero la actividad física es una opción efectiva y no farmacológica para reducir muchos tipos de dolor», comentó Rees-Punia.
«Como sugiere nuestro estudio, esto podría incluir el dolor asociado con el cáncer y su tratamiento», concluyó la especialista.
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