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Comienza el siglo XXI

Moscú (Prensa Latina) A juzgar por el título, muchos pueden pensar que se trata de un error, porque el siglo XXI comenzó hace 24 años. Sin embargo, veamos esto desde un enfoque filosófico.

Leoníd V. Savin*, colaborador de Prensa Latina

El gran escritor cubano, Alejo Carpentier, en una conferencia impartida el 20 de mayo de 1975 en la Universidad Central de Venezuela, titulada «El camino del medio Siglo», señaló que los siglos astronómicos son diferentes de los siglos históricos.

Los siglos astronómicos e históricos necesariamente no siempre coinciden.

Entonces, en el siglo XV, midió solo 50 años, ya que en este segmento, en su opinión, se verificaron todos los eventos de mayor resonancia ocurridos en este siglo, que ubica desde la toma de Constantinopla (1453) hasta el descubrimiento de América (1492).

El siglo XIX, en tanto, se extendió por 130 años, ya que comenzó con la toma de la Bastilla en Francia (1789) y terminó con la Revolución de 1917 en Rusia. Solo después de las descargas del crucero Aurora, aseguraba Alejo Carpentier, comenzó el siglo XX, que calculó en más de cien años astronómicos.

Algo similar propuso Giovanni Arrighi en su libro “El Largo siglo XX”, donde ofrece un análisis de los procesos políticos internacionales centrado en lo económico. Arrighi se basa en los trabajos de autores anteriores, como Immanuel Wallerstein (su concepto del Sistema Mundial), pero también se ve la influencia de las ideas de Fernand Braudel (de la segunda generación de la francesa “Escuela de los Anales”).

Mientras tanto, desde el punto de vista de la economía mundial, es imposible no mencionar una teoría precedente, enunciada por Nikolai Kondrátiev, sobre los ciclos económicos, que Josef Schumpeter popularizó significativamente. Aunque en Kondrátiev, la duración de tales ciclos u ondas varía de 40 a 50 años.

Carpentier, a su vez, tuvo una visión mucho más amplia que los economistas y habló del siglo actual como una Era de luchas, cambios, agitación y revolución.

En este sentido, lo más cercano a lo dicho por él lo encontramos en George Modelski, quien propuso la teoría de los ciclos de guerra y hegemonía. Según la suposición de Modelski, en 2030 comenzará una nueva Guerra Mundial, que terminará en 20 años con una nueva etapa de hegemonía global de los Estados Unidos. Sin embargo, Modelsky analizó el proceso de una manera unilateral, exclusivamente desde la posición de la supremacía de Washington, cuyo poder global se está reduciendo rápidamente.

Yo, más bien, estoy de acuerdo con Carpentier, quien habló sobre el amplio proceso de insurrección anti burguesa en los diferentes escenarios mundiales, aunque propuso esta tesis sin apoyarse en datos estadísticos o indicadores económicos.

Por cierto, antes de las revoluciones en Rusia en 1917, ese tipo de levantamiento comenzó en México en 1910, pero terminó convirtiéndose en una sangrienta guerra civil y muy pronto se desvaneció, aunque esto fue una señal para otros movimientos revolucionarios en América Latina, especialmente aquellos que se gestaron en territorios bajo la ocupación directa o indirecta de los Estados Unidos.

Para Carpentier, la revolución en Rusia, de la que finalmente emergió la Unión Soviética, es un punto de referencia clave, no solo porque el territorio del Estado ocupaba una quinta parte del planeta, sino también, porque dio un impulso a la imitación y las simpatías en todo el mundo.

El padre espiritual del Pakistán moderno, el poeta y filósofo Muhammad Iqbal, habló con entusiasmo sobre ella en la India Británica. En América Latina, el movimiento obrero se inspiró en los éxitos de la Revolución de Octubre, en los países asiáticos siguieron con interés lo que estaba sucediendo, aunque no tenían la información completa. Con no poco recelo y algo de envidia, los procesos en la Rusia Soviética fueron observados desde los Estados Unidos.

Bueno, la lucha anticolonial que abarcó tres continentes después de la Segunda Guerra Mundial, encaja perfectamente en lo que Carpentier describió como la era de la lucha. Lo importante es que estos no fueron conflictos de imperios o Estados- Naciones, sino un proceso de liberación de la hegemonía burguesa, que tomó un carácter global y se mimetizó bajo la apariencia de «países industrializados».

Por supuesto, la victoria de la Revolución cubana en 1959 fue una contribución importante a esta serie de cambios geopolíticos. Dado que el imperialismo yanqui no pudo sofocar la voluntad de soberanía total del pueblo cubano, el fenómeno mismo generó dos impulsos: uno continuó la línea de movimientos de liberación y el otro representó la reacción del mundo occidental, que consistió en ese sentimiento complejo que el filósofo alemán Max Scheller llamó ressentimant.

Es decir, una venganza retrasada basada en la desazón. La política posterior de los Estados Unidos hacia Cuba se basó en el resentimiento. El resultado son las sanciones, el bloqueo económico y la inclusión totalmente injustificada de Cuba en la lista de Estados patrocinadores del terrorismo.

De hecho, esa misma política de resentimant es la que lleva a cabo por estos días Occidente en su relación con Rusia. Esta vez no fue posible superar y engañar a la élite rusa (como, desafortunadamente ocurrió en los años 90), tampoco fue posible debilitar el país, a pesar de los intentos reiterados de promover la desestabilización y las revoluciones de colores alrededor de las fronteras de Rusia en la primera década del 2000. Entonces los últimos medios que están siendo utilizados son la creación de un conflicto en el territorio de un Estado vecino, que ocupa tierras históricas rusas.

Es difícil decir con qué contaban las personas que tomaron la decisión de organizar un golpe de Estado en Ucrania hace diez años. Sí tenían problemas con la educación y no contaban con conocimiento objetivo, por lo que no pudieron prever las consecuencias. Si era una idee fixe, como la que Zbigniew Brzezinski expuso en su libro «El gran tablero de ajedrez». Lo más probable es que sean las dos cosas. Y ahora el Occidente colectivo está tratando de vengarse utilizando todos los medios posibles, desde robar los activos soberanos de Rusia en el exterior hasta apoyar el terrorismo. Pero no hay que olvidar el primer impulso: la negativa de muchos países a inclinarse ante Occidente, la aparición de una voluntad política soberana en diferentes partes del mundo, de ese que Occidente considera, de manera despectiva, como tierra atrasada o salvaje. De la misma manera, la crítica de la hegemonía neoliberal de los Estados Unidos por parte de grandes actores geopolíticos ha dado lugar al despliegue de un efecto multipolar.

Aunque Estados Unidos todavía tiene el ejército más grande del mundo y usa el Dólar para mantener el dominio económico, ya ha perdido todas las demás ventajas. El mundo ya no está orientado hacia Occidente, ni en política, ni en ciencia, ni en tecnología. Además, muchos imperativos occidentales, como la abolición de la cultura, son simplemente inaceptables y se consideran tendencias autodestructivas.

¿Se puede decir que ahora llega el siglo XXI, cuando el policía mundial ha perdido tanto la legalidad como la legitimidad? Aparentemente, la respuesta es sí. Aunque los apologistas de la unipolaridad todavía tratarán de justificar de alguna manera el mantenimiento del dominio de Occidente con su “Orden Basado en Reglas”, que tratan descaradamente de hacer pasar por derecho internacional.

(Traducción del ruso. Oscar Julián Villar Barroso. Doctor en Ciencias Históricas y Profesor Titular de la Universidad de La Habana.)

rmh/ls

*Investigador científico asociado de universidad de Rusia

(Tomado de Firmas Selectas)

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