El néctar negro, clasificado como el segundo líquido más consumido a nivel internacional (después del agua), se ha convertido en la bebida socializadora por excelencia. De Río de Janeiro a Beijing, de La Habana a Moscú, el ritual del café forma parte indispensable de la cotidianidad de miles de millones de personas.
Las cifras hablan por sí solas: en el mundo se toman unos dos mil millones de tazas por día y aproximadamente 400 mil millones en el año, sin contar que cada vez se emplea más para elaboraciones culinarias, principalmente postres como el tiramisú o la tarta ópera.
Se calcula que de todo el café consumido en un día, un 60 por ciento corresponde al desayuno, cuando su inconfundible aroma, sabor y propiedades devienen reloj despertador para las neuronas, e incluso para las almas.
El secreto de su encanto radica en la cafeína (presente en diferente grado dependiendo de la variedad), la sustancia responsable de ese efecto estimulante que enamora a diestra y siniestra, y que en no pocos casos llega a generar adicción.
Además del desayuno, el café se ha vuelto un indispensable en las pausas mañaneras y vespertinas, en el cierre de las comidas y cenas, para mantener el cerebro activo durante largas jornadas de trabajo, para noctámbulos necesitados de seguir en pie hasta altas horas de la madrugada.
Su amplio consumo y relevancia desde el punto de vista socio-cultural tiene, lógicamente, una traducción en el ámbito económico y comercial.
La producción constituye piedra angular en la economía para numerosos países de todas las latitudes, el café destaca entre los productos de origen agrícola más comercializados a nivel internacional y el sector genera empleo para millones de personas.
Dada su relevancia, en 1963 se creó la Organización Internacional del Café (OIC), cuyos países miembros representan el 97 por ciento de la producción mundial y el 67 por ciento del consumo.
DE ÁFRICA AL MUNDO, UNA HISTORIA DE SIGLOS
Cuentan los historiadores que el café es originario del territorio africano que hoy se conoce como Etiopía, específicamente de la provincia de Kaffa, donde crecía de manera silvestre desde los primeros siglos de nuestra era.
No obstante, el inicio de su consumo por parte de los seres humanos fue ubicado en torno al siglo XV y, según la leyenda, todo partió de un pastor que observó la reacción de estímulo que experimentaban sus animales tras consumir los granos de la planta llamada cafeto.
Pronto los viajeros llevaron el fruto a Yemen y luego a Arabia, donde lo denominaron qahwa, que traducido al español significa “vigorizante”. En las próximas décadas continuó la expansión hacia la península pérsica, Egipto, África septentrional y Turquía.
El consumo del café rápidamente se popularizó y ello trajo consigo reiteradas controversias, pues los sectores más ortodoxos del Islam lo rechazaron debido a sus efectos estimulantes.
De cualquier forma, para las primeras décadas del siglo XVII ya existían miles de cafeterías en las principales ciudades del área, como El Cairo o Estambul.
El médico alemán Leonhard Rauwolf fue el primer europeo en hacer referencia a la bebida en 1583, tras pasar una década viajando por el Medio Oriente, mientras el célebre filósofo y político inglés Francis Bacon describió el animado ambiente en las cafeterías turcas en su obra Sylva Sylvarum, publicada en 1627.
Algunos años después, hacia mediados de siglo, abrió la primera cafetería de Londres y rápidamente el consumo se expandió por el continente, al punto de que hacia 1750 existían establecimientos de este tipo en la mayoría de las ciudades europeas.
El entusiasmo que provocaba entonces el néctar negro inspiró a artistas y creadores entre los que sobresalió el famoso compositor alemán Johann Sebastian Bach con su Cantata del café, de 1724.
Paralelo a su expansión europea se produjo su propagación hacia América y Asia, y ya para el siglo XIX la bebida estaba presente en casi todas las latitudes.
En la actualidad el café es, junto con el agua y el té, uno de los tres líquidos más consumidos en todo el mundo, y Brasil sobresale como el país que más lo produce, seguido por otros como Vietnam, Indonesia y Colombia.
SUAVE, FUERTE, AMARGO, DULCE…
Existe una larga lista de variedades de café, pero son dos las que más se producen y consumen: la arábica y la robusta.
La primera, la más antigua, lidera ampliamente el mercado pues representa aproximadamente el 60 por ciento de la producción mundial; se cultiva en climas frescos, sobre todo en montaña, y el resultado es un café muy aromático y de sabor suave.
Como contraste, el robusta contiene más cafeína y en consecuencia la bebida exhibe mayor carácter.
Preparar el café no es un proceso sencillo y muchos afirman que por esa razón la planta creció de forma silvestre en el territorio etíope durante siglos sin que se le encontrara una utilidad.
Para obtener el preciado néctar negro es necesario infusionar el polvo en agua caliente, procedimiento que en la actualidad se realiza con la ayuda de las cafeteras, devenidas objeto indispensable en la vida diaria.
Entre las más antiguas sobresalen la expresso y la italiana, que datan de inicios del siglo pasado, mientras en las últimas décadas ha surgido una amplia gama de modernas máquinas eléctricas que permiten preparar las más variadas recetas.
Algunos lo toman fuerte y amargo, otros lo prefieren con azúcar o con leche, mientras cada día crece la variedad de ofertas: capuchino, con licores, con leche condensada, café moka…
UNA MESA, UN CAFÉ
¿Dónde y cómo tomar hoy un café? Las opciones no faltan para quienes disfrutan el placer de una taza humeante y aromática.
Los más tradicionales sin dudas optarán por las clásicas cafeterías, esos establecimientos de mesas pequeñas, muchas veces concurridos, donde al reposado ritual cafetero se suma un periódico, un libro, un amigo.
Algo así como el emblemático Café de Flore, en el corazón del Barrio Latino en París, famoso gracias a que por sus terrazas y tertulias desfilaron nombres ilustres como Pablo Picasso, Ernest Hemingway y André Breton, entre otros.
A los amantes de estos sitios seguramente les parecerá una herejía tomar café en los vasos plásticos o de cartón de, por ejemplo, un Starbucks o un Juan Valdez Café.
Se trata de cadenas de cafeterías que en nuestros días inundan centros comerciales, estaciones de trenes y aeropuertos, donde el concepto del consumo es muy diferente al estar marcado por las prisas de la convulsa cotidianidad.
De cualquier forma, uno u otro sitio llevan la impronta del culto a esa bebida que alguna vez, siglos atrás, fue conocida como “el néctar negro de los dioses blancos”.
arb/lmg