Aunque con aforo limitado al 50 por ciento de las instalaciones, los aficionados regresaron –también las sonrisas, el colorido y el bullicio- para rescatar el folclore que la obstinada pandemia de la Covid-19 opacó desde enero de 2020.
Un retorno que convierte en verso cada bola, strike, fildeo o conexión, pues el ambiente alcanza dimensiones descritas, pero cuasi olvidadas por todos en medio de un contexto que (en ocasiones) parece eterno.
Sucede que existe una enorme diferencia entre jugar sin seguidores en las tribunas y sentir su desvalimiento o apoyo.
Una vuelta marcada por el distanciamiento social, el uso obligado de mascarillas… aunque luego de tanto, poco o nada frenan la pasión tales medidas (necesarias), y solo resta cumplirlas al pie de la letra, mientras se recuperan las sensaciones y las cuerdas vocales entran en calor con cada grito lanzado.
Y si bien navega en una de sus épocas menos despampanantes, la pelota –como le llaman aquí- ratifica de esta manera que es el pulmón deportivo de la isla, anotándose un éxito rotundo sin la necesidad de empuñar un madero o atrapar una conexión.
Solo así el béisbol cubano responde a la confianza depositada al declararlo en octubre último como Patrimonio Cultural de la Nación, lo cual otorgó a la disciplina un pase eterno a la historia.
Todo eso sucede en una campaña que escuchó la voz de play ball el pasado 23 de enero, y repite la estructura de la lid precedente, con 16 equipos listos para efectuar 75 partidos bajo el sistema de todos contra todos en la etapa clasificatoria.
Apenas los ocho mejores accederán a esa fiesta llamada playoffs, cuyo arranque será en la ronda de cuartos de final -sin la posibilidad de reforzarse- en un mes de abril que seguramente despejará el panorama en pos de conocer si Granma refrendará su estatus de monarca u otro plantel vibrará de emoción en señal de triunfo.
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