Julio Morejón Tartabull
Periodista de la Redacción África/ Medio Oriente de Prensa Latina
Esa zona –rica en posibilidades agrícolas y ganaderas- enfrenta uno de los conflictos más difíciles de solucionar en África, las luchas entre comunidades que, por lo general, se remontan a discrepancias históricas causadas por arbitrariedades en la época del colonialismo y otras más recientes por consecuencias del neoliberalismo.
Lo anterior hace que su salvación al menos requiera, por una parte, enmendar lo pasado –algo potencialmente complejo porque para eso no valen las excusas- y por la otra, cambiar los procesos socioeconómicos corrosivos del modelo, cuyas medidas de ajuste destruyen la solidaridad humana.
Tales son las opciones para dar respiro a Darfur, enfermo de violencia, ahora atrapado en luchas entre comunidades, un fenómeno que tiende a apretar más el nudo corredizo alrededor de una población lacerada por la guerra civil (2003-2008) y sin los beneficios de la transición política iniciada en 2019, tras la caída de Omar Hasán al Bashir.
Lo que hoy sufre la región en alguna forma constituye la prolongación del conflicto durante cinco años que enfrentó a tropas regulares y sus afines del janyauí –jinetes armados- con movimientos guerrilleros, que causó cerca de 300 mil muertos y un millón 880 mil desplazados.
Día a día, según el Alto Comisionado de ONU para los Refugiados (Acnur), aumenta la cifra de personas que huyen de sus hogares hacia otros sitios en busca de seguridad mínima, al menos en lo concerniente a la integridad física, pero esos desplazamientos generan muchas necesidades humanitarias sin satisfacción.
Es de notar, por ejemplo, que en Darfur Occidental la violencia entre comunidades causó la estampida de más de 13 mil personas de junio de 2021 a febrero de 2022 y se pronostica un ascenso, pese a la movilización de efectivos de fuerzas de seguridad para frenarla.
Ahora los choques entre comunidades no ocurren solo para causar pérdidas de miembros de las facciones, sino que se extiende a las propiedades: se destruyen sembradíos y queman viviendas, a veces se incendian aldeas completas, y para multiplicar los daños también se apropian de rebaños ajenos, práctica de delincuentes comunes.
LA ESCALADA
Actualmente Jebel Moon, municipio fronterizo con Chad, es escenario de sangrientos combates entre tribus árabes y la masiriya de origen africano, cuyo detonante fue el robo de ganado, pero esa trama localizada en Darfur Occidental repercute en su vecino, al igual que en todo Sudán.
Los choques allí estallaron a mediados de noviembre por disputas de tierras y desde entonces más de 80 personas perecieron, pese al reforzamiento de la presencia castrense en el área, decidida por el gobierno central con el doble objetivo de restaurar la estabilidad y apoyar al proceso de paz iniciado con las guerrillas en 2020.
Dos de los factores que inciden en la escalada de violencia son “la proliferación de armas y los ánimos de venganza entre las partes, por lo que las autoridades regionales han enviado refuerzos militares”, afirmó a la prensa el alcalde de la localidad, Jehia Ibrahim.
En los recientes ataques contra civiles se incendiaron seis aldeas y la contienda obligó a más de 12 mil 500 personas a huir y buscar refugio en montañas cercanas o cruzar la frontera con Chad, país que acoge a unos 380 mil sudaneses, informa el sitio digital atalayar.com.
Al razonar sobre la esencia del conflicto se requiere asumir cierto equilibrio dado que la mayor parte de la información nace de una percepción estrecha del problema, lo que conduce a atribuir todo a un origen atávico y lo desmarca de su dialéctica socioeconómica.
Tradicionalmente, los choques entre comunidades suelen presentarse como enfrentamientos en los que los rivales pugnan por la victoria sin conciencia de la historicidad de tales acontecimientos, los cuales mutan siempre cuando hay novedades que les diferencian del suceso precedente y los actuales se tornan más sangrientos.
Teóricos de esas contiendas centran en el albedrío su desencadenamiento y colocan en segundo plano la coyuntura, mientras otros conceden mayor importancia a los factores objetivos que lo condicionan: son los dos fríos platillos de la balanza en la que se analiza esa situación candente.
Un doloroso resultado de la violencia es la masa de desplazados (di), quienes representan un problema en sí y una carga adicional para las poblaciones de acogida, que generalmente los asimilan como víctimas de la redistribución territorial de la crisis y, en el peor de los casos, como enemigos.
Por su parte, un activista humanitario -Mohamed Ali – explicó a la sudanesa Radio Dabanga que los desplazados viven en condiciones trágicas, sin la ayuda de las organizaciones de auxilio, ahora incapaces de brindarla debido al deterioro de las condiciones de seguridad.
Los di alcanzaron números elevados, como en el campamento de Kalma, donde llegaron a tener abrigo unos 200 mil darfuríes, una gran preocupación para la comunidad internacional.
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