Por María Julia Mayoral
Corresponsal de Prensa Latina en Angola
A inicios de 2022, la Organización Mundial de la Salud (OMS) daba por cierto que al menos 160 mil personas en tierras africanas habían perdido la vida debido al coronavirus SARS-Cov-2, causante de la enfermedad, mientras la Unión Europea estimaba una cifra superior, de aproximadamente 231 mil.
De cualquier manera, la mayoría de los reportes internacionales ponen en duda la fiabilidad de los cómputos oficiales sobre la Covid-19 en el llamado continente negro, pues no pocos estados carecen de un registro civil funcional o estadísticas confiables sobre nacimientos, muertes y orígenes de los óbitos.
Nuevos datos de la OMS, en mayo de 2022, estimaron que el balance mundial de fallecidos, directa o indirectamente, por la Covid-19 ascendió a 14,9 millones entre el 1 de enero de 2020 y el 31 de diciembre de 2021 (con un margen posible de entre 13,3 y 16,6 millones).
Sin restarle importancia a la gravedad del asunto, resulta pertinente recordar que cada 24 horas mueren a escala global unas 24 mil personas por hambre o sus causas relacionadas, lo cual equivale al 16 por ciento de las defunciones diarias, según cálculos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
El pasado 21 de abril, la entidad humanitaria Save the Children alertó que 16 millones de individuos están en riesgo de fallecer por hambruna en tres países de África oriental -Somalia, Kenya y Etiopía-, debido a los impactos de la sequía.
De acuerdo con el análisis, las medidas punitivas unilaterales impuestas a Rusia, por Estados Unidos, la Unión Europea y otros países impelidos por Washington, contribuirán a elevar los precios de los alimentos, lo cual podría ahondar la crisis que atraviesa esta parte del continente africano.
Cinco organismos de ONU pronosticaron en 2021 el agravamiento de los desafíos en un reporte sobre el estado de la inseguridad alimentaria en el mundo (SOFI, por sus siglas en inglés).
La alerta fue publicada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el Programa Mundial de Alimentos (PMA), la OMS y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
“Este es el pico más alto de hambre y desnutrición crónica que hemos encontrado”, dijo el economista jefe de la FAO, Máximo Torero Cullen.
El aumento más pronunciado tuvo lugar en África, donde el flagelo incide sobre el 21 por ciento de la población, más del doble que en cualquier otra zona del planeta, advirtió SOFI 2021.
Incluso, los estragos resultan superiores si se suman a quienes no accedieron a una alimentación adecuada, juzgó el estudio, cuyas predicciones para los próximos años tampoco resultan halagüeñas: cerca de 660 millones de personas seguirán en situación de inseguridad alimentaria a finales de esta década.
Para el experto de FAO Torero Cullen, el problema para nada radica en los niveles de producción, sino en la distribución inequitativa.
“Si hoy día tú sumas toda la producción mundial en términos de calorías, tenemos para alimentar a todo el mundo. Si además quieres ver si satisfacemos una dieta vegetariana, casi tenemos lo que necesitamos. No es un problema de mayor producción, sino de distribución de lo que hay. Y eso está atado a la desigualdad”, consideró.
Pese a sus abundantes recursos naturales y población sin trabajo, el continente africano gasta por lo menos 50 mil millones de dólares por año en la importación de comida que podría producirse localmente, refirió la angoleña Josefa Sacko, en su condición de comisaria de la Unión Africana (UA).
En opinión de la ingeniera agrónoma, si los fondos que los gobiernos canalizan para tales compras estuvieran destinados a apoyar la producción local, seguramente aumentarían los ingresos de los pequeños agricultores y, por ende, la autosuficiencia alimentaria.
Al decir de Sacko, los países del África subsahariana no están en camino de cumplir su objetivo de acabar con todas las formas de hambre y desnutrición para 2030, ni tampoco las metas de la declaración continental de Malabo-2014 sobre fomento de la agricultura y reducción de las pérdidas de alimentos poscosecha.
A pesar de los esfuerzos del Gobierno, a fines de septiembre de 2021 el PMA consideró que más de 1,3 millones de residentes en el suroeste de Angola padecían de hambre extrema debido a la peor sequía en 40 años, con mayor incidencia en las provincias de Cunene, Huila y Namibe.
«En el sur del país se ha registrado la migración de familias a otras provincias y a la vecina Namibia en busca de agua y pasto para el ganado», expuso la directora aquí de la oficina del PMA, Michele Mussoni, mediante un comunicado.
Una reciente evaluación de Naciones Unidas confirmó que la inseguridad alimentaria aguda aumentó a escala internacional al sumar 40 millones de personas en 2021, para un saldo cercano a los 193 millones en 53 países, debido a la “triple combinación tóxica” de conflictos, variaciones climáticas extremas y efectos económicos de la Covid-19.
Dicho de modo general, pareciera que la “combinación tóxica” perjudicó a todos por igual, pero distintas fuentes acreditan lo contrario.
Por ejemplo, un informe del banco suizo Credit Suisse Group AG destacó que las 500 personas más ricas del mundo sumaron 1,8 billones de dólares a su patrimonio neto combinado en 2020, en un escenario de crecientes disparidades.
En un llamado a la solidaridad internacional, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba señaló en abril de 2020 que, antes de ser identificado el primer enfermo por la Covid-19, ya había 820 millones de personas hambrientas en el orbe.
También dos mil 200 millones carentes de servicios de agua potable, cuatro mil 200 millones sin servicios de saneamiento gestionados de forma segura y tres mil millones sin instalaciones básicas para el lavado de las manos.
Sin embargo, a nivel global se emplean al año unos 618 mil 700 millones de dólares estadounidenses solo en publicidad, junto a un billón ocho mil millones de dólares en gasto militar y armamentos, que “resultan totalmente inútiles para combatir la amenaza de la Covid-19, con sus decenas de miles de muertes”, evaluó la nación caribeña.
El virus, agregó el Gobierno de Cuba, no discrimina entre unos y otros. “No lo hace entre ricos y pobres, pero sus efectos devastadores se multiplican allí donde están los más vulnerables, los de menos ingresos, en el mundo pobre y subdesarrollado, en los bolsones de pobreza de las grandes urbes industrializadas”.
Tampoco debería desconocerse el especial impacto de la pandemia en los países donde las políticas neoliberales y la reducción de los gastos sociales limitaron la capacidad del Estado en la gestión pública, acotó el pronunciamiento de la isla.
MUJERES EN DESVENTAJA
Uno de los mayores desafíos globales del siglo XXI es avanzar en la igualdad de género en términos de nutrición y seguridad alimentaria, opinó la líder africana Josefa Sacko.
Para la representante de la UA, resulta imprescindible fortalecer la resiliencia nutricional del continente, mediante el mejoramiento de los sistemas agroalimentarios, la salud y la protección social.
La comisaria de Agricultura, Desarrollo Rural, Economía Azul y Medio Ambiente Sostenible de la organización continental exhortó también a acelerar el desarrollo del capital humano y económico de la región, al intervenir en una conferencia organizada en Adís Abeba, la capital de Etiopía.
Al decir de Sacko, numerosos estudios muestran que las mujeres son objeto de desigualdades en el mercado laboral: en general, apenas el 48 por ciento de las mayores de 15 años de edad están empleadas, mientras la proporción para los hombres es del 75 por ciento, ejemplificó.
Pero el perjuicio va más allá de las cuestiones del empleo: la violencia de género, el abandono por parte de sus parejas durante el embarazo y el acoso «son realidades que muchas enfrentan”, indicó la dirigente de la UA.
Es necesario, recomendó, “seguir examinando las oportunidades, así como las limitaciones, para empoderar a las mujeres y las niñas, tengan voz y participen en igualdad de condiciones en la toma de decisiones relacionadas con la nutrición y la sostenibilidad”.
PALIATIVOS Y PROBLEMAS ESTRUCTURALES
Con harta frecuencia, instituciones nacionales, regionales e internacionales claman por ayudas humanitarias para los africanos, pero son apenas curas paliativas que, si bien resultan necesarias, para nada resuelven ni los problemas estructurales de la economía del continente, ni la expoliación de diversa naturaleza, ni ayudan a crear cimientos del desarrollo sostenible.
Por concepto de evasión fiscal, África pierde anualmente entre 50 y 80 mil millones de dólares, una cantidad muy superior a la ayuda al desarrollo proveniente de las grandes potencias, sostienen cálculos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
La Comisión Económica de las Naciones Unidas para África eleva el valor de la fuga de capitales hasta los 89 mil millones de dólares anuales.
En tanto, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo avala que los sectores más propensos a dichas maniobras ilícitas son las industrias extractoras de recursos naturales, los servicios financieros y las telecomunicaciones.
Resultan alarmante los datos sobre la iniquidad en muchos territorios, medidas por el coeficiente de Gini, pues el continente alberga alrededor del 30 por ciento de las existencias minerales del planeta, el ocho por ciento del gas natural, el 12 por ciento de las reservas de petróleo y el 40 por ciento del oro.
Asimismo posee los mayores depósitos de cobalto, diamantes, platino y uranio, el 65 por ciento de la tierra cultivable y el 10 por ciento de la fuente interna renovable de agua dulce, coindicen evaluaciones especializadas.
Nadie podría negar que la Covid-19 generó incontables daños humanos, materiales y financieros, pero la pandemia de hambruna en África tiene determinantes políticas y socioeconómicas más profundas y de vieja data.
arb/mjm