Como cada año, hasta ese espacio en el patio de la Casa-Museo Fundación Guayasamín llegó su familia, para brindar con un trago de vodka, como le gustaba al maestro en su cumpleaños, rodeado de amigos, de gente querida.
«Son 103 años de su natalicio y para nosotros es siempre una fecha importante pues ha sido nuestra guía, quien marcó el camino y de alguna manera tratamos de cumplir», afirmó a Prensa Latina su hija Verenice Guayasamín.
Mantener su espíritu en cada habitación de la casa, en cada pared, pasillo, en los espacios exteriores y en su mayor obra, la Capilla del Hombre, es hoy el mejor homenaje y el mayor regalo a quien llevó al arte la esperanza y el dolor del ser humano, advirtió.
Desde su muerte, en marzo de 1999, tratamos de seguir sus pasos para que su pensamiento, lecciones y patrimonio continúen firmes en los espacios dejados a todos los ecuatorianos, latinoamericanos y pueblos del mundo, concluyó.
«Mi pintura es para herir, para arañar y golpear en el corazón de la gente. Para mostrar lo que el hombre hace en contra del hombre», aseguró el artista sobre su obra desgarradora, reflexiva y humana.
Guayasamín creó un canto de amor a todas las culturas, denunció la violencia, el maltrato, las guerras y expuso la fortaleza, el amor y los anhelos de un mundo mejor y de una patria unida, desde México hasta la Patagonia.
El 6 de julio de 1919 nació el pintor que llevó su arte indígena y mestizo desde Ecuador a lugares encumbrados de la cultura del mundo e inmortalizó a figuras como el líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro, a quien le unió una profunda amistad y le hizo cuatro retratos.
“Nunca vi a alguien moverse a tal velocidad. Mezclar pinturas que venían en tubos de aluminio como pastas de dientes, revolver (…) mirar persistente con ojos de águila, dar brochazos a diestra y siniestra sobre un lienzo, en lo que dura un relámpago, y volver sus ojos sobre el asombrado objeto viviente de su febril actividad”, dijo sobre él Fidel Castro.
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