Esa decisión de mantenerse en las áreas tomadas en enfrentamientos contra el Ejército y las facciones afines, envía un mensaje a la administración del presidente Félix Tshisekedi respecto al poder: este deja de ser efectivo si pierde su autoridad sobre todo el paìs.
La permanencia en las posiciones de los efectivos del grupo armado ilustra hasta dónde llega su capacidad político-combativa para imponer criterios, cuando la RDC y Ruanda tratan de hallar una solución pacífica al diferendo surgido alrededor del presunto respaldo a ese movimiento.
Desde hace unos tres meses el M23 incrementó sus ataques en las zonas fronterizas con territorio ruandés y teniendo en cuenta la dirección de esas acciones, el gobierno congoleño informó que el objetivo estratégico de los rebeldes era ocupar la ciudad de Goma, importante para la economía y estabilidad general en el este.
Unido a las declaraciones contra el M23 -creado en 2012- estuvieron las acusaciones congoleñas respecto al respaldo de Kigali a esos insurgentes, lo cual niegan insistentemente las autoridades ruandesas, mientras afirman que militares de la RDC cooperan con las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR).
Las FDLR constituyen una formación de base étnica hutu con individuos que participaron en el genocidio de 1994 en ese país, quienes escaparon del castigo judicial al refugiarse en el antiguo Zaire, entonces gobernado por Mobutu Sese Seko, derrocado en 1997 por una guerrilla comandada por Laurent Desiré Kabila.
Tras derrotar a Mobutu, emergieron contradicciones entre los aliados, las cuales desembocaron en la llamada Guerra Mundial Africana (1998-2003) que luego de cesar dejó dispersas facciones irregulares, que aún amenazan la tranquilidad en el oriente de la RDC, como es el caso del M23.
Existe un marcado propósito de resolver el conflicto, para lo cual está mediando el presidente angoleño, Joao Lourenço, y en esa línea los mandatarios Paul Kagame (Ruanda) y Félix Tshisekedi (RDC) aceptaron el cese hostilidades entre sus dos países vecinos y la retirada del M23 de la ciudad fronteriza de Bunagana.
Pero al día siguiente se reanudaron los combates, evidencia pública que no hay algo firme, mientras que el mayor Willy Ngoma, vocero del Movimiento, declaró al Saturday Monitor que la facción no formaba parte de lo acordado y por lo tanto el pacto no era vinculante para esa facción.
“Los que dicen que nos retiremos inmediatamente de Bunagana, ¿adónde quieren que vayamos? No vamos a ninguna parte porque somos ciudadanos congoleños. No podemos ir a Uganda o Estados Unidos porque no somos de esos países. No retiraremos nuestras fuerzas porque somos ciudadanos de este país”, dijo Ngoma.
Muchos conflictos en la RDC son generados en gran medida por causas socioeconómicas, al ser un territorio con abundantes riquezas naturales, mayormente minerales de importancia estratégica como el uranio y el coltán (combinación de culombio y tantalio) que pretenden explotar a su arbitrio los grupos armados.
De esa situación, incluyendo el contrabando, se aprovechan entidades foráneas para saquear al país, mientras encubren las verdaderas razones del incremento de la violencia y también de los complejos escenarios montados a partir de contradicciones, sean políticas o étnicas, no importa.
Se calcula que en la República Democrática del Congo operan cerca de un centenar de grupos armados en importantes zonas, eso afecta al país e incide en la estabilidad de la región de los Grandes Lagos africanos.
La ofensiva lanzada por el M23 es parte de un proceso de reconfiguración de intereses sembrados por la colonización y que la independencia congoleña no resolvió en 62 años, por no depender solamente del Estado y su entorno, sino también de postores que promueven a su conveniencia el caos.
Así es que la negativa del grupo insurgente a reducir la intranquilidad constituye una irascible muestra de cómo opera el asalto al Congo Democrático cuando trata de estabilizarse y emprender una vecindad constructiva en la subregión.
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