Así lo certifican científicos del Instituto Nacional de Investigaciones del Agua y la Atmósfera de Nueva Zelanda al comprobar que, tras el evento, existe una gran cantidad de aerosoles en la estratosfera entre 15 y 24 kilómetros sobre la región antártica, y cuya presencia no había sido revelada antes.
«Los aerosoles estratosféricos pueden circular por el globo durante meses después de una erupción volcánica, dispersando y desviando la luz cuando el sol se esconde o sale por el horizonte, creando un resplandor en el cielo con tonos de rosa, azul, púrpura y violeta”, refirió el pronosticador de la entidad, Nava Fedaeff.
Según el experto, dichos crepúsculos son conocidos con el nombre de resplandores posteriores, cuyo color e intensidad dependen de la cantidad de neblina y nubosidad a lo largo del camino de la luz que llega a la estratosfera.
Acotan los entendidos que si bien los aerosoles son en su mayoría partículas de sulfato, es probable que estos contengan además gotas de vapor de agua y sal marina al proceder de una erupción submarina.
La explosión del volcán submarino Hunga Tonga-Hunga Ha’apai fue uno de los eventos más potentes de la era moderna con ondas que reverberaron alrededor de la Tierra y alcanzaron los 100 kilómetros en la ionosfera, según un artículo difundido por la revista Nature.
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