Las ejecuciones públicas fueron una característica de la vida londinense durante 700 años, y como tal, tuvieron un gran impacto en el paisaje, la sociedad y la cultura de la época, aseguró a Prensa Latina Beverly Cook, curadora de la muestra que se exhibe desde este viernes en el museo de los Docklands, en el este de la capital.
Y no era para menos, pues para finales del siglo XVIII, más de 200 delitos -desde la traición y el asesinato hasta el hurto o la simple tala de un árbol – eran castigados con la pena capital.
Según recoge la muestra, la primera ejecución pública de que se tenga registro en Londres data de 1196, y desde entonces se realizaron decenas de miles más, hasta que en 1868 se puso fin al morboso espectáculo.
Pero durante la friolera los casi 700 años que mediaron entre ambas fechas, los ahorcamientos, decapitaciones, quemas en la hoguera, y hasta la muerte por “hervidura”, estuvieron a la orden del día en la ciudad.
En cualquier sitio que usted se detenga en la City de Londres – barrio donde se asienta hoy el centro financiero del Reino Unido- estará a menos de 500 metros del lugar donde estuvo un patíbulo, asegura un letrero a todo el que visita la bien documentada exposición.
El martirio de los condenados no terminaba con la ejecución, pues en la mayoría de los casos los cuerpos eran descuartizados, y las cabezas y demás miembros exhibidos durante días en las puertas de la ciudad, a manera de escarmiento y de advertencia para otros propensos a delinquir.
En ocasiones, y en dependencia de la gravedad del crimen cometido, el reo sufría una muerte lenta y atroz, encerrado en una jaula de metal hecha a la medida que era colgada a gran altura a la vera del camino.
Solo los miembros de la nobleza eran merecedores de una ejecución rápida mediante la decapitación, y el caso más famoso fue el del rey Carlos I, acusado de alta traición en 1649, y quien perdió literalmente la cabeza frente a una multitud enorme reunida frente a la Casa de Banquetes, en el centro de Londres.
El morbo, o la falta de otros entretenimientos, eran explotados por comerciantes y “emprendedores” como una oportunidad de hacer dinero mediante el alquiler de asientos y balcones ubicados frente al patíbulo, y la venta de comida y frutas de estación.
La última persona ejecutada en una plaza pública londinense fue el irlandés Michael Barrett, quien murió en la horca el 26 de mayo de 1868, acusado de participar en la explosión ocurrida en la prisión de Clerkenwell.
Tres días después de la muerte de Barrett, quien siempre defendió su inocencia, se abolió el castigo, aunque la pena capital estuvo vigente en el Reino Unido hasta 1969.
De acuerdo con la curadora, el objetivo de la muestra que estará abierta al público hasta abril de 2023 no es solo rescatar una parte de la historia oscura de la ciudad, sino llamar la atención sobre la lucha para proteger a la población urbana del crimen, la pobreza, la discriminación y la violencia doméstica.
Todavía en 55 países hay pena de muerte, por lo que no queremos que el visitante piense que este es el fin de la historia, afirmó Cook.
mem/nm