Por Mario Muñoz Lozano
Jefe de la Redacción Cultural, excorresponsal en Rusia
Es así desde hace un buen tiempo. Rusia logró adaptarse a los avatares de las tradiciones paganas, las modas europeas, las contenciones religiosas soviéticas y en las últimas décadas a la pujanza de la iglesia ortodoxa.
Debido a esa urdimbre de acontecimientos políticos y razones religiosas, sedimentados con los años, la nación euroasiática celebra la Navidad del 6 al 7 de enero, a la vez que brinda por dos “versiones” de Año Nuevo, el 1 y el 14 de enero.
A diferencia de otros países, en Rusia el 25 de diciembre es un día laborable -con excepciones como las de este año, en que cae domingo-, mientras el festivo más importante del invierno, como en gran parte del mundo, sí es el Fin de Año, celebrado en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero.
Con 11 husos horarios en su vasto territorio, el país da la bienvenida al nuevo año esa misma cantidad de veces, lo cual sirve de justificación a fin de que no pocos aprovechen para comenzar a alzar las copas desde que el reloj marca las 12.00 en la península de Kamchatka, en el extremo oriental del país, hasta que la medianoche llega a Kaliningrado, al oeste.
Sin embargo, las celebraciones no concluyen entonces, porque 14 días después llega el Año Nuevo Viejo, conmemoración que heredaron del uso del antiguo calendario juliano.
El imperio romano celebraba el fin de año a finales de diciembre desde el siglo II ANE, mientras la Rusia precristiana lo hacía con la llegaba de la primavera y lo asociaba con el renacer de la naturaleza después del invierno.
Según historiadores, de acuerdo con la tradición agrícola rusa el año tenía su inicio el 1 de marzo, mientras que el año civil comenzaba el 1 de septiembre.
El fin de año fue cambiado al 31 de diciembre en el invierno de 1699 por el zar Pedro el Grande, que durante su mandato tomó varias decisiones para acercar Rusia a Europa y mostrar la grandeza del imperio.
Decretó que las festividades debían celebrarse en la misma fecha que en el llamado Viejo Continente y estar acompañadas por ramas de pino, abeto u otros árboles coníferos colgados en los exteriores de los edificios y en las puertas, junto a fuegos de artificios, hogueras y disparos al aire.
Las fiestas trascendieron después de su muerte y a comienzos del siglo XIX se adoptó la costumbre alemana de colocar un árbol de Navidad decorado dentro de las casas, tradición que la Iglesia ortodoxa tardó décadas en aceptar por considerarlo un vestigio pagano y una costumbre occidental.
En 1917, la Revolución bolchevique derrocó al imperio ruso. La Iglesia y el Estado se separaron de manera oficial un año después y en unos meses el país sustituyó el calendario juliano por el gregoriano, que ya funcionaba en la mayor parte del mundo desde el siglo XVI.
Para alinear ambos calendarios, el Gobierno suprimió trece días del 1918, de manera tal que después del 31 de enero llegó el 14 de febrero, decisión que adaptó las fiestas seculares como el fin de año a la fecha oficial.
La medida no fue aceptada por la Iglesia ortodoxa, que siguió usando el almanaque juliano y mantuvo las celebraciones religiosas en las fechas establecidas en ese sistema -13 días después-, lo que hizo que las Navidades rusas no coincidieran con los festivos católicos.
De ahí que la Navidad ortodoxa pasó de celebrarse del 25 de diciembre al 7 de enero y la Revolución de Octubre, secular y anterior a la adopción del calendario gregoriano, el 7 de noviembre.
EL ABUELO DEL FRÍO
Según historiadores, el veto a la celebración pública de la Navidad (25 de diciembre) como un feriado nacional se mantuvo hasta los últimos años de la Unión Soviética.
Sin embargo, la festividad del fin de año regresó a los calendarios ya en 1935, a la que se sumó el Abuelo del Frío (Ded Moroz), figura basada en el espíritu pagano invernal, reencarnado en un anciano bondadoso con cierto parecido al Papá Noel.
Con su barba blanca, una vara mágica y un abrigo que llega hasta el suelo -puede ser azul o rojo-, el Abuelo del Frío toca a la puerta de las casas junto a su nieta y ayudante, la Doncella de las Nieves (Snegúrochka).
El tiempo hizo que su personalidad se acoplara a la diversidad cultural de la gigantesca Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y, posteriormente, de la nueva Rusia.
De tal forma, en la República de Udmurtia su análogo se llama Tol Babai, y lleva un abrigo morado; mientras en Tartaristán es Kish Babái, que viste atuendos típicos tártaros; y en la norteña Yamalia, el anciano Yamal Iri ayuda a los viajeros.
LA NAVIDAD COBRA FUERZA
Aunque el Fin de Año se mantuvo como el principal festivo de invierno en Rusia, en las últimas dos décadas la Navidad fue ganando fuerza en la medida que la Iglesia ortodoxa sumó adeptos.
De acuerdo con el Centro de Investigación Levada, de Rusia, mientras en 1990 solo el 33 por ciento de la población se declaraba ortodoxo, 20 años más tarde este porcentaje logró duplicarse.
Por otro lado, el catolicismo tiene entre sus seguidores a menos del uno por ciento de los creyentes del país, por lo que muy pocas personas celebran el 25 de diciembre.
Esa realidad hizo que los dos festivos oficiales del invierno ruso intercambiaron el orden: el 31 de diciembre se celebra Fin de Año, según el calendario gregoriano, mientras la Navidad se festeja el 7 de enero, que es cuando ocurre por el calendario juliano.
De tal forma, la secuencia de Fin de Año, Navidad y Año Nuevo Viejo se convirtieron en los tres festivos de las navidades rusas.
El primero es oficial, resulta el día en el que el presidente emite su discurso televisivo, despide el año y el Abuelo del Frío guarda los regalos debajo del árbol.
En cambio, la Navidad se celebra siguiendo ritos religiosos. La conmemoración trasciende cada vez más la frontera entre la Iglesia ortodoxa y otras confesiones.
Según medios de prensa rusos, en 2020 el 36 por ciento de los ciudadanos del país que profesan otra religión y el 40 por ciento de los ateos celebraron la Navidad ortodoxa. El Año Nuevo Viejo, por su parte, cierra este ciclo de forma oficiosa, sin ser un día festivo, pero evocando las tradiciones rusas.
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