Juan J. Paz-y-Miño Cepeda*, colaborador de Prensa Latina
Tremendo e implacable crítico, Agustín sabía distinguir los espacios de debate y, además, a quiénes responder o con quiénes discutir. Mantuvo una fuerte polémica con profesores de la FLACSO (Quito) y sus concepciones sobre el “populismo” y el “clientelismo”, un tema de moda, que mereció múltiples estudios en América Latina, entre los que cabe destacar a Ernesto Laclau, un defensor del populismo como expresión social, vinculado a las masas y relacionado con el ascenso de las burguesías de la región frente a las tradicionales oligarquías.
Agustín siempre se identificó como marxista y era un profundo conocedor del tema, como puede advertirse en La teoría marxista. Categorías de base y problemas actuales (1987). En Ecuador, su libro de mayor lectura y repercusión durante años fue El proceso de dominación política en Ecuador (1972, aunque antes tuvo una reducida edición impresa). La primera parte estudia el desarrollo histórico del país durante la época republicana, para entenderla, precisamente, como un proceso sujeto a la lucha de clases.
Agustín dio un paso adelante con respecto a las interpretaciones marxistas que le antecedieron y que tuvieron una orientación más inclinada a la política, entre las que destacaron textos de Pedro Saad Niyaim (1909-1982), quien fue durante años secretario del Partido Comunista, y Manuel Agustín Aguirre (1903-1992), quien fundó el Partido Socialista Revolucionario, fue rector de la Universidad Central y demostró solidez en las interpretaciones sobre la dialéctica de la historia ecuatoriana.
En la segunda parte del libro, Agustín estudia el fenómeno del “velasquismo”; y, aunque utiliza el término “populismo” para describir ciertas facetas de José María Velasco Ibarra (1893-1979), cinco veces presidente del Ecuador, no se quedó en ella, sino que procuró explicar a esa figura política en los diversos contextos en los que actuó. En una obra posterior, titulada Populismo (1992) y escrita por varios autores, realicé el estudio introductorio y subrayé que el “populismo” era simplemente una forma de hacer la política, abierta a cualquier partido o movimiento, y que se trataba de un concepto cuya ambigüedad y amplitud impedía comprender realidades estructurales y la compleja trama de la lucha de clases.
La obra de Agustín coincidió con el despegue de las ciencias sociales ecuatorianas, algo que fue común en diversos países latinoamericanos, de modo que en la década de los 80 se hizo presente una nueva generación de estudiosos, con una amplia producción académica y cuyos aportes son significativos hasta el presente. A la ciencia social ecuatoriana distinguió su afinidad con la teoría marxista y, por tanto, la fundamentación histórica que todos los investigadores supieron dar a sus trabajos. El auge incluso fue acompañado por el establecimiento de varias librerías, particularmente en Quito, que estuvieron a la vanguardia en su oficio, proveyendo lo mejor de la literatura social que llegaba de las más importantes editoriales latinoamericanas. Y masivamente se acudió a los archivos, porque se comprendió bien que un pensamiento renovador, que realmente descubra las realidades íntimas del país, no podía hacerse sin acudir a fuentes originales.
Aunque Agustín no pudo ser en Ecuador un hombre de archivos, su genialidad interpretativa y su rigurosidad investigativa continuaron demostrándose en nuevas obras: El desarrollo del capitalismo en América Latina (1977), fue premiada en México. Es una obra pionera en cuanto a la interpretación global de la región. Al mismo tiempo, Agustín advirtió la llegada de los “tiempos conservadores”, pues el Cono Sur sufrió las dictaduras militares terroristas, imperaba la “era Reagan” y el neoliberalismo se expandió para arrasar conquistas sociales e imponer los intereses de las altas burguesías. Puede leerse al respecto su artículo “El viraje conservador: señas y contraseñas”, en la obra colectiva América Latina en la derechización de occidente (1987), así como dos libros que le siguieron: Las democracias restringidas de América Latina (1988) y América Latina en la frontera de los años 90 (1989).
El derrumbe del socialismo fue un golpe a las esperanzas por superar el capitalismo. También afectó al marxismo, que dejó de ser el referente fundamental de las ciencias sociales latinoamericanas.
Agustín ya no estaba cuando al iniciarse el siglo XXI una serie de gobiernos de la región definieron el primer ciclo progresista. Gracias a sus políticas y orientaciones, también pudo retomar espacio el marxismo e incluso renacieron los ideales por el socialismo. Además, los presidentes Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador postularon el “socialismo del siglo XXI”.
Ya no existían las condiciones históricas del pasado, de modo que el marxismo sirvió para repensar los procesos del presente y considerar la democracia y las economías sociales como elementos para construir nuevas sociedades. Vivimos esos momentos y los caminos ya no son unidireccionales sino múltiples. Hay un marxismo enriquecido, que ha dejado atrás una serie de dogmas que se consideraban inamovibles. Y la edificación del socialismo tampoco es un listado de conquistas que se puede chequear en un escritorio administrativo, para saber cuáles han avanzado y cuáles faltan.
El mundo de la actualidad ha alterado los ejes de la geopolítica porque China y Rusia ahora compiten con los EE.UU. y con Europa en influencia y presencia internacional. En América Latina es China la que más ha avanzado en relaciones comerciales, inversiones y acercamiento con gobiernos. Nace un mundo multipolar y pluricultural, en el cual América Latina encuentra inéditas oportunidades para otro tipo de desarrollo económico, que supere definitivamente la vía neoliberal, que tanto daño ha hecho a la región.
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*Historiador y analista ecuatoriano.
(Tomado de Firmas Selectas)