El 24 de febrero de 2022, el presidente Vladimir Putin anunció el inicio de una operación bélica en Ucrania, para cumplir con pedidos de la población sublevada de la región del Donbás, cuyas autoridades denunciaron ocho años de genocidio por parte de Kiev.
Aunque ya lo habían hecho antes del conflicto, una vez comenzado este la reacción de las potencias occidentales, sobre todo Estados Unidos, fue la de intensificar la guerra económica contra Rusia, acompañada ahora por una participación casi directa en el conflicto.
Más de 10 mil medidas punitivas unilaterales, incluidos 10 paquetes de sanciones de la UE, tuvieron, sin embargo, un efecto bumerán, en especial para el bloque comunitario, pues incluyó un boicot a la compra de los hidrocarburos rusos, así como de fertilizantes.
Especialistas dentro y fuera de Rusia intentaron denunciar que uno de los propósitos de las acciones de Estados Unidos al llevar a la UE a renunciar el nuevo gasoducto North Stream II, era reducir la ventaja comercial que garantizaba la compra de gas barato ruso.
Con la suspensión de la entrada del North Stream II, el posterior sabotaje a ese gasoducto y su gemelo ya en funcionamiento, el North Stream I, además de problemas con el Yamal-Europa, a través de Polonia, se redujo drásticamente la llegada de gas ruso a Europa.
En 2020, Rusia suministró a la UE más de 200 mil millones de metros cúbicos (40 por ciento del consumo de ese combustible) y 540 millones de toneladas de crudo y sus derivados. El bloque debe garantizar ahora casi todos esos hidrocarburos por parte de otros suministradores.
Polonia, país entre los más activos antirrusos en Europa, pierde 28 millones de dólares diarios por sobreprecios al adquirir petróleo en otras regiones, afirma RIA Novosti.
Compañías norteamericanas en su momento prometieron garantizar parte del gas licuado necesario para Europa, pero ello estuvo lejos de satisfacer la demanda, que llevó al alza de los precios de los energéticos y con ello a una galopante inflación, con serias consecuencias socioeconómicas.
La parte energética del desarrollo de Europa, que hasta hace poco registraba un superávit comercial con Estados Unidos de más de 120 mil millones de dólares, según el diario El País, es el punto que más golpea Washington para reducir las capacidades de su competidor.
En su momento, el ahora expresidente Donald Trump inauguró la confrontación con China, cuando demandó reducir gran parte de los 300 mil millones de dólares del superávit comercial del gigante asiático. Trump puso en juego sanciones comerciales que disfrazó con drásticas subidas de los aranceles para productos chinos en una guerra económica que heredó y continuó Joe Biden, quien agregó el ingrediente de la amenaza militar en el caso de Taiwán.
DEBILITAR A EUROPA AL MÁXIMO
Además de reducir al mínimo uno de los resortes del desarrollo vertiginoso de la UE como lo es el gas natural ruso, Estados Unidos ideó el llamado Chip Act, que parece buscar otro golpe para disminuir la capacidad competitiva europea.
El Inflation Reduction Act o el Chip Act, aprobado en el verano pasado por el Congreso estadounidense, prevé unos 370 mil millones de dólares para inversiones en tecnologías verdes, energías renovables, transportes y ahorro energético.
Uno de los objetivos de ese documento es relocalizar en Estados Unidos fábricas de semiconductores en las actividades industriales, pero también estimular el traslado a suelo norteamericano de empresas foráneas relacionadas con la tecnología verde.
De acuerdo con la Asociación Estadounidense de Semiconductores, la fabricación de ese producto por el país norteño representa ahora el 12 por ciento del mercado mundial, tres veces menos que en 1990.
Sin embargo, el acta ya tuvo un efecto negativo en Europa, al acelerar su descapitalización industrial, tras el traslado de decenas de compañías clave del sector de energías renovables, en medio de planes de la UE para su proceso de descarbonización regional.
A diferencia de China, a Estados Unidos, a riesgo de ir a una guerra comercial con la UE por el Chip Act, le sería más difícil hablar de sanciones o guerra económica con sus socios europeos, pero el objetivo de reducir su influencia en el mercado parece ser similar.
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