Signo de los tiempos es que estos jóvenes, con los cabellos teñidos de color ocre rojizo y sus sombreros ceremoniales con plumas de avestruz, no bailan mostrando sus armas y cayados para arriar el ganado, su fuente de subsistencia, ríen a mandíbula batiente y con sus teléfonos móviles se toman selfies que en el futuro mostrarán a sus nietos.
Acaban de vencer el primer día de eunoto, el ritual que marca el paso de la condición de joven guerrero, que ostentaron durante una década, a la adultez.
Otro cambio es la composición de los iniciados entre los cuales hay estudiantes de Medicina y de otras carreras, y expertos en tecnología de la información, milagro de la ciencia con el cual sus antepasados ni soñaban cuando trashumaban con sus rebaños entre Kenya y Tanzania, sus hogares ancestrales.
Pero no hay choque entre la usanza y la modernidad: lo que sustenta esta ceremonia en la aldea de Nailare, en el suroeste de Kenya, es la firme voluntad de mantener alentando una tradición inscrita desde 2018 en la lista de Patrimonio Intangible de la Humanidad de la Unesco.
Con algunos cambios: si bien hoy los participantes, ataviados con la “shuka” vestimenta a cuadros, danzan al sonido de sus cantos guturales, dan el adumnu, salto exclusivo de los masai, y beben la sangre de una vaca, eliminaron de la liturgia la obligatoria caza del león, especie en peligro de extinción.
Esa concesión puede considerarse la defensa africana frente a las secuelas malditas de la irrupción violenta en su mundo de los europeos con su desprecio por las culturas autóctonas, su amor al boato y la excentricidad y desprecio al modo de vida de etnias con tradiciones milenarias, como en el caso de los masai.
Así, la ceremonia en la aldea keniana, vista en la perspectiva de los acontecimientos mundiales posee un mensaje a la expotencias coloniales proyectado en el futuro: África sabe que, tras vencer la ignominia del pasado, tiene un lugar preponderante en un porvenir cuya llegada es inevitable.
Prueba tangible es la supervivencia de la iniciación masai en la pequeña aldea meridional keniana.
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