La ciudad australiana de Melbourne acogió a tres mil 342
competidores de 67 países en un calendario que abarcó 16 deportes,
cuyos eventos se efectuaron, también como hecho inédito, a fines de
ano: del 22 de noviembre al 8 de diciembre, debido al verano austral en esa época.
Y para concluir el capítulo de los ‘primeros’, aunque en este caso resulta la única vez en ocurrir, 158 concursantes de 29 naciones se desviaron hacia Estocolmo para efectuar la lid ecuestre.
Los organizadores tuvieron que recurrir para ello a la capital
sueca, donde esas pruebas fueron introducidas 44 años antes en el
programa olímpico, debido a las estrictas regulaciones de cuarentena
para los equinos establecidas por las autoridades australianas.
En su segunda comparecencia olímpica, los deportistas del vasto
país de los soviets destronaron a los estadounidenses -también por
primera vez para una nación que no fuera sede- en el medallero final, al lograr 37 de oro, 29 de plata y 32 de bronce, con un estrecho margen de sólo cinco títulos más.
Dicho triunfo se debió en buena medida a la actuación de sus
gimnastas a quienes, tanto en el masculino como en el femenino, únicamente se les escaparon dos campeonatos, todos individuales.
La reina fue Larisa Latinina, quien acaparó tres medallas de
oro, una de ellas compartida, mientras Víctor Chukarin obtuvo otro
trío, incluida la colectiva.
La delegación soviética también logró sus dos primeras preseas
doradas en los eventos para hombres del atletismo, ambas a las manos
del mismo competidor, Vladimir Kuts, en los cinco y 10 mil metros,
con sendas marcas olímpicas.
En este deporte se mantuvo el predominio norteamericano, pues en total sus representantes obtuvieron 15 títulos.
Los soviéticos ganaron tres divisiones del boxeo, pero la gran
atracción de estos Juegos en esa disciplina resultó el húngaro Laszlo Papp, quien en Melbourne completó su trilogía de triunfos sucesivos, aunque en dos categorías de peso distintas.
Otro de los deportes en que se destacaron los de la Unión
Soviética fue la halterofilia, en la cual alcanzaron cuatro
galardones máximos.
La mejor actuación en la natación esta vez corrió a cargo de los
australianos, quienes vencieron en ocho de las 13 pruebas disputadas. Un latinoamericano, el mexicano Joaquín Capilla, se dio el ‘gusto’ de destronar por primera vez a los clavadistas estadounidenses -hombre o mujer- en citas olímpicas, al ganar oro en la plataforma (obtuvo, además, bronce en trampolín).
Capilla completó así una rara ‘trilogía de color’ consecutiva en
los Juegos, pues en Londres 1948 capturó bronce y en Helsinki 1952
plata en la propia plataforma. Poco antes de iniciarse la cita universal, el halterista Paul
Anderson (EEUU) se veía demasiado ‘gordo’ ante el espejo y se impuso
una rigurosa dieta que lo llevó a bajar 60 libras en menos de seis
semanas, lo cual fue decisivo en su victoria en los Juegos.
En la final de la categoría pesada el norteamericano concluyó
empatado con el argentino Humberto Selvetti, por lo cual hubo que
recurrir al peso corporal para la decisión. Anderson totalizó dos
libras menos que el sudamericano.
Quizás los concursantes más afortunados en Melbourne resultaron
los australianos Ian Browne y Anthony Marchant, quienes compitieron
en la lid de tándem a dos mil metros del ciclismo.
Después de ser batidos en la primera ronda y en una prueba de
consolación, lograron su pase en otro ‘repechaje’. De ahí en adelante fueron invencibles hasta ceñirse la corona.
Un héroe de Helsinki cuatro años antes, el checoslovaco Emil
Zatopek, concurrió a la cita australiana para defender su título en
la maratón, pero entró a la meta en el sexto puesto. El vencedor de
la carrera, el francés Alain Mimoun, fue segundo de Zatopek tres
veces en competencias previas.
Precisamente en esa agotadora prueba ocurrió un hecho que provocó
la hilaridad general de los espectadores, cuando el juez de partida
estimó que uno de los 46 participantes se movió ligeramente antes de
hacer el disparo de salida e insistió en repetirla.
Esa está aceptada como la única vez en la historia atlética
mundial en que se producía una ‘salida en falso’ en la maratón.
La suerte del estadounidense Jack Davis, especialista de 110
metros con vallas, evidentemente fue pésima.
Tanto en Helsinki 1952 como en Melbourne 1956, Davis concluyó en las
finales igualado en la meta con otro corredor, siempre con récords
olímpicos, pero en ambas ocasiones el foto-finish lo relegó al
segundo puesto. Lo más curioso es que el desafortunado era el
poseedor de la marca mundial en esa distancia.
En la sede australiana concluyó su carrera la mujer con más
prolongada ‘vida olímpica’ en la historia, la esgrimista austríaca
Ellen Muller-Preiss, quien debutó 24 anos atrás con la medalla de oro en florete individual en Los Ángeles 1932. Obtuvo bronces en
Berlín 1936 y Londres 1948.
El yatista soviético Viacheslav Ivanov estaba tan complacido por
su victoria que, después de la ceremonia de premiación, comenzó a
festejar con una danza mientras tiraba al aire su medalla de oro,
con tan mala suerte que esta fue a parar al fondo de las aguas del
lago Wendouree, sede de la competencia.
Los esfuerzos del propio deportista y de buzos profesionales por
encontrar la presea fueron vanos y esta yace en el lecho lacustre
hasta nuestros días, pero las autoridades olímpicas decidieron
posteriormente darle otra presea dorada. Ivanov retuvo su corona
cuatro años más tarde en Roma.
yas/jf