Entre los más esperados destacan, sin dudas, el Festival Internacional de Edimburgo y el Fringe— una cita alternativa de artes escénicas celebrada en paralelo e incluida en el conjunto de certámenes del verano—, cuya ventas de entradas solo son superadas por los Juegos Olímpicos.
Si bien el año último, los espectáculos cedieron espacio al aislamiento social y la cuarentena, como consecuencia de la Covid-19, los organizadores de algunas de estas festividades de arte, cinematografía y literatura apuestan por el relanzamiento de los mayores acontecimientos culturales del mundo.
Reconocido por su capacidad de atraer a millones de personas a esa urbe escocesa, el Fringe prevé su fecha de apertura para el venidero 6 de agosto; sin embargo, este año tampoco el evento reunirá gran cantidad de público en sus presentaciones al aire libre.
Otra de las medidas para minimizar los riesgos de contagio con el SARS-CoV-2 es la transmisión de los espectáculos vía streaming y, según los patrocinadores, muchos de los profesionales, especialmente los cómicos, anunciaron la cancelación de sus habituales espacios.
Expresado en cifras, de los cerca de 700 espectáculos proyectados en el programa del Fringe, poco más de una quinta parte pertenecen a ese género, a juicio de los expertos, el número representa menos de un tercio de los tres mil 841 de 2019, los cuales congregaron a más de tres millones de usuarios.
Esta ola de festivales comenzó en 1947, cuando las secuelas de la segunda Guerra Mundial aún resultaban perceptibles y surge de la idea de impulsar una propuesta encaminada a la unión desde los aspectos que resultaban comunes.
El cofundador y primer director del Festival Internacional de Edimburgo, por ejemplo, fue el empresario astro-húngaro de origen judío Rudolf Bing para quien la cita constituiría un modo de curar las heridas ocasionadas por el conflicto bélico con el empleo del arte como herramienta principal.
mem/dgh