Una mañana, seis días después de la ceremonia de apertura, un
grupo armado irrumpió en la Villa y ocupó la sede de la delegación de Israel. El episodio concluyó más tarde con 11 rehenes y los cinco miembros del comando muertos.
Tras una suspensión de 24 horas, las autoridades olímpicas
ordenaron: los Juegos deben continuar.
Mark Spitz, nadador norteamericano de 22 años, se convirtió en la
sensación de estos Juegos, al implantar una marca de siete medallas
de oro en una sola competencia, de las cuales cuatro fueron
individuales.
El tritón había decepcionado cuatro años antes en México, donde era favorito para, al menos, seis títulos, y sólo alcanzó dos, pero ambos en relevos, pues en pruebas individuales obtuvo apenas una plata y un bronce.
En Munich, sin embargo, no sólo llegó a la fabulosa cifra de nueve preseas doradas que era patrimonio del finés Paavo Nurmi, sino que en cada una de sus siete victorias superó los récords mundiales y olímpicos.
Las otras actuaciones descollantes en esta versión corrieron a
cargo de la diminuta gimnasta soviética Olga Korbut y la nadadora estadounidense Shane Gould, ambas con tres campeonatos ganados.
No menos impresionante fue el trío de títulos obtenidos por Sawao
Kato, uno de ellos por equipos, que revalidó a Japón en la cúspide de la gimnasia para hombres.
Otro que tomó posesión del Olimpo fue el finés Lasse Viren, continuador de aquellos corredores que dieron a Finlandia tantas
glorias. Sus éxitos dorados ocurrieron en cinco mil y 10 mil metros
para quebrar el dominio absoluto africano en ambas distancias en
Mexico 1968.
Los XX Juegos marcaron el despegue definitivo de los deportistas
cubanos. Específicamente su escuela boxística se dio a conocer y
comenzó a ser respetada como merecía.
Con tres títulos alcanzados, y además un subcampeonato, los
púgiles de la mayor isla antillana fueron los mejores por naciones
en esta versión, e incluso sólo la Unión Soviética pudo alcanzar más
de una corona (2).
Orlando Martínez, en los pesos gallos, dio a Cuba su primara
medalla de oro después de las alcanzadas por los esgrimistas en época tan distante como 1904, seguido por el welter Emilio Correa y el superpesado Teófilo Stevenson.
Este último fue calificado por unanimidad como el más
impresionante de cuantos peleadores subieron al ring. El gigante
caribeño arrasó con sus rivales, incluido el hasta entonces favorito
Duane Bobick (Estados Unidos), y no tuvo que combatir en la final por estar lesionado su rival. Aquí se inicio la leyenda de Stevenson.
Paradójicamente, el hecho más impactante de estos Juegos no fue
precisamente una victoria, sino una derrota: la del equipo masculino
de baloncesto de Estados Unidos.
Nunca antes a este nivel un quinteto norteamericano había sido
derrotado siquiera una vez y acumulaba un balance de 62-0 desde que
en Berlín 1936 se desarrolló el primer torneo de este deporte.
Nadie que haya presenciado el desenlace del partido por la medalla de oro podrá olvidar aquel fantástico tiro de Alexander Belov que al encestar dio el triunfo 51-50 a la Unión Soviética.
Fue un final tan polémico por diferencias de los jueces en cuanto
al tiempo que restaba al partido, y cuando los norteamericanos
lideraban, que estos se negaron a aceptar las medallas de plata y no
concurrieron a la ceremonia de premiación.
En esta lid ocurrió un acontecimiento histórico para un país
latinoamericano, cuando el equipo de Cuba sorpresivamente derrotó al
de Italia para agenciarse la presea de bronce.
Quien más le agradeció al cronometraje electrónico en Múnich fue
el sueco Gunnar Larsson, último integrante de la posta 4×400 metros
de la natación, pues obtuvo el oro e implantó récord olímpico por un
margen de apenas dos milésimas de segundo sobre el estadounidense Tim McKee. El más popular de los triunfadores en el torneo de levantamiento
de pesas fue el húngaro Imre Foldi, de los 56 kilogramos, quien a sus 35 años fue el competidor de mayor edad. El había ganado plata en Tokio 64 y México 68.
Al vencer en la división superpesada de la halterofilia, el soviético Alexander Medved se convirtió en el primero en titularse en tres sucesivas olimpiadas, aunque en 1964 lo hizo en los ligeropesados y en 1968 en los pesados.
El reinado repartido entre indios y pakistaníes de 1928 a 1968 en
el hockey sobre césped fue quebrado en esta cita por Alemania Federal, que en la final derrotó a Pakistán 1-0 en partido caracterizado por los problemas de principio a fin.
En la ceremonia de premiación los pakistaníes actuaron de manera
totalmente irrespetuosa ante el movimiento olímpico, cuyos dirigentes los expulsaron de estos Juegos y la federación internacional excluyó a la de ese país de cualquier competencia durante un cuatrienio.
John Akii-Bua dio a Uganda su primera presea dorada olímpica al
ganar los 400 metros con vallas y romper la barrera de los 48
segundos (47,8) en esa distancia.
Un inusual ‘doblete’ obtuvo el keniano Kip Keino en los mil 500 y
tres mil metros steepelchase, algo que sólo había logrado en St.
Louis 1904 el norteamericano James Lightbody.
La soviética Liudmila Bragina tuvo una de las más sensacionales
actuaciones en la historia de los Juegos, pues las tres veces que
salió a la pista para correr los mil 500 metros quebró sus propios
récords mundiales precedentes.
En el medallero por países, la Unión Soviética retornó al liderato con 50 medallas de oro, 27 de plata y 22 de bronce.
yas/jf