Como el pasado año, la próxima estación los tomará otra vez cubiertos con mascarillas y cumpliendo con las medidas para evitar el contagio por el coronavirus SARS-CoV-2, responsable de la Covid-19, porque como en la mayor parte del mundo, la pandemia aún vive en esta nación euroasiática.
Sin embargo, más al sur del país, en la ciudad balneario de Alushta, en la península de Crimea, todavía hay sol y los más rezagados, las familias sin niños, todavía aprovechan las aún cálidas temperaturas de la pequeña urbe turística rodeada de montañas, cual anfiteatro a orillas del Mar Negro.
En la pequeña urbe, surgida en el sitio donde se levantó una fortaleza construida por los romanos en el siglo VI, parece que en estos meses de verano la Covid-19 quedó atrás, como un triste recuerdo.
O que los miles de visitantes prefirieron dejarla afuera de la ciudad, de sus vacaciones, olvidarla por un tiempo, a pesar de que la enfermedad anda por ahí, acechando en cualquiera de sus angostas calles inundadas de turistas, o en sus atestadas playas, donde es un lujo encontrar un espacio para tomar sol.
Durante la temporada de verano, aquí el mar suele ser cálido, con temperaturas que alcanzan los 25 grados centígrados, una verdadera tentación para un país de largos inviernos, sobre todo el último, uno de los más fuertes de los últimos tiempos, y que a causa del coronavirus obligó a mayores encierros.
Alushta abrió sus puertas a los miles de vacacionistas que se atrevieron a visitarla, a pesar del peligro que representa aún la pandemia, porque la ciudad vive del turismo, sus habitantes se alimentan de su clima, de sus paisajes, de la gente; el verano es su época dorada.
Ya por estos días, la gran mayoría de sus visitantes se marchan de la ciudad, dejando atrás los días de paseo a la luz de un sol fuerte, el aire fresco, el mar y el contraste con la cadena de montañas que, cual sitio amurallado, protege a la urbe del frío, los fuertes vientos y algunos de sus pobladores dicen que también de las enfermedades.
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