Siempre, tal vez por cortesía, se dice al finalizar una cita deportiva de ese tipo que fue la mejor de la historia, y en la urbe australiana encajó perfectamente el calificativo.
Planificación llevada al detalle, esplendor de altos kilates, escenarios competitivos de los mejores del mundo, confraternidad y confrontación atléticas ejemplares corroboran la afirmación.
Ello se veía venir desde la memorable noche de la inauguración, el 15 de septiembre, con una colorida ceremonia, derroche de tecnología y centrada en la historia de Australia, en la cual participaron 12 mil artistas.
En un estadio olímpico, abarrotado por 110 mil espectadores, desfiló una buena parte de los 10 mil 800 concursantes inscritos en representación de 199 países para discutir las glorias en 28 disciplinas.
Los periodistas acreditados para cubrir las competencias fueron alojados en pequeños pero cómodos ‘bungalows’ levantados para ocho personas -al final desmontados-, en un amplio terreno universitario en las afueras de la ciudad sede.
Desde allí partían hacia los escenarios de competencias en un camino de tres etapas: ómnibus-tren suburbano-ómnibus, sin esperas tediosas, como mecanismo relojero perfecto.
Allí estaban los voluntarios designados para el lugar, rebosantes de amabilidad como en todo sitio donde se ubicaban.
Independientemente del público, entrenadores, directivos y demás, los profesionales de la prensa, incluidos fotógrafos y camarógrafos, fueron testigos de innumerables hechos emocionantes en las instalaciones.
Como el brinco en largo en su último intento del cubano Iván Pedroso para arrebatarle el título que ya acariciaba al ‘canguro’ local Jai Taurima, o la derrota en la final del luchador ruso Alexander Karelin para imposibilitarle alcanzar su cuarta corona olímpica consecutiva.
Para los aficionados australianos fue la satisfacción por la corredora Cathy Freeman -quien había encendido la pira-, triunfadora en 400 metros con el mejor crono del año, aunque no pudo vengarse de su gran rival francesa Marie-Jose Perec.
La gala, vencedora de Freeman en Atlanta 1996, huyó de la sede antes de la prueba por supuestamente sufrir persecución, aunque no faltaron comentarios sobre su temor a ser humillada por el ídolo de ascendencia aborigen.
A la británica Stephanie Cox correspondió el mérito de ser la atleta más completa, al ganar el pentatlón, y la jamaicana Marlene Ottey corrió con 40 años de edad su novena final olímpica, aunque sin éxito.
Quien no lo vio quizás no lo creería. Un estadio abarrotado por más de 14 mil espectadores acogió el partido por el oro en el béisbol entre las novenas de Cuba y Estados Unidos.
Al terminar las acciones, y ya fuera en el estacionamiento del parque saturado de vehículos, fui testigo de otro signo de organización, en el cual participaron las autoridades policiales. Aquella multitud de personas y carros desapareció en pocos minutos.
Nuevamente Estados Unidos se impuso por colectivos con 97 medallas, de ellas 39 de oro, 25 de plata y 33 de bronce, mientras Cuba fue una vez más la mejor por Latinoamérica con un noveno lugar proporcionado por 11 preseas doradas, 11 plateadas y siete bronceadas (29).
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