A cinco décadas de su fallecimiento, el versátil jugador retoma el protagonismo de antaño en los diferentes diamantes beisboleros de Cuba, México, Venezuela, Puerto Rico, Panamá, República Dominicana y Estados Unidos.
De procedencia humilde, Dihigo impresionó a especialistas y aficionados desde el debut profesional a los 16 años con el club Habana de la Liga Profesional Cubana y la discriminación racial no opacó su brillo ni en propio suelo norteamericano.
Los cronistas de la época dieron color a sus récord y grandes empresarios como el mexicano Jorge Pasquel apostaron por sus dotes naturales para llenar estadios y ganar en popularidad.
De él muchas estrellas beisboleras significaron su elegancia, fortaleza y agilidad para actuar en el campo de pelota, avalado por los títulos de bateo y pitcheo en una misma campaña (Marianao en 1937 y Águilas de Veracruz en 1938), tres premios de Más Valioso en la liga cubana y el primer cero hit cero carreras en México.
Fuera de los estadios, Dihigo fue un hombre de su tiempo y no defraudó el compromiso revolucionario heredado del abuelo paterno y en México brindó asistencia a los futuros expedicionarios del yate Granma.
Tras el triunfo de la revolución cubana en enero de 1959, el Inmortal regresó a la tierra natal para contribuir a la formación de nuevos peloteros en la isla, además de exponer su experiencia desde el comentario radial y el ejercicio periodístico con la sección ‘Desde el pan de Matanzas’ del periódico Hoy.
El 3 de febrero de 1977 Martín Dihigo ingresó al santuario beisbolero de los Estados Unidos en Cooperstown, convirtiéndose en el primer cubano en ser exaltado al llamado ‘Templo de los Inmortales’.
Su excelente peregrinar por lides del Caribe le otorgó avales suficientes para prestigiar los salones de la fama en México y Venezuela, con butaca reservada para cuando se revitalice el de Cuba.
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