Aunque sus historias se entrelazan como aros, poco hay de común entre ellas: la neozelandesa Hubbard nació biológicamente hombre pero ahora competirá en la halterofilia para mujeres, mientras Semenya sufre de hiperandrogenismo y estará ausente en las pruebas de atletismo.
Este tipo de situaciones genera una avalancha de criterios y los más variopintos escenarios cubren la polémica sobre las pruebas de verificación de género en una sociedad marcada por los intentos de igualdad y equidad de derechos. ¿Qué pasa cuando tu vida está marcada por un medidor de testosterona? ¿Es correcto lidiar con un cambio radical porque los genitales estaban en el cuerpo equivocado? ¿Cómo asegurar el juego limpio? ¿Mujer? ¿Hombre? ¿Mujer y hombre? No son pocas las interrogantes.
El Comité Olímpico Internacional (COI) y las entidades deportivas sienten el ardor del fuego ante las acusaciones de prácticas discriminatorias y segregación por sexo, al tiempo que crecen los casos y las dudas salen a flote debido a leyes que estipulan parámetros como si la vida pudiera medirse con ‘pie de rey’ (calibrador).
Hasta 2004, el COI exigió competir según el sexo inscrito al nacer, pero a partir de ese año permitió a mujeres transexuales rivalizar como mujeres, siempre y cuando extirparan sus genitales y completaran tratamiento hormonal durante 24 meses para suprimir las ventajas que adjudican la ciencia y sus expertos.
Mas, el ente principal del olimpismo dio otro paso en 2015 al eliminar la necesidad de intervenciones quirúrgicas y decretó que la parte interesada debía –antes que todo- declararse mujer como paso inicial para llegar a ser elegible.
El reglamento también estableció que la persona no podía exceder los 10 nanogramos de testosterona por mililitro (nmol/mL) de sangre que, según exponen los científicos, es el máximo permisible para concursar en pruebas femeninas; además de mantener dígitos inferiores al tope durante un año y dentro de la propia competencia.
Entonces quedó claro que si una atleta no cumplía con los requisitos establecidos sería excluida del evento, tal y como le sucedió a la esprínter estadounidense Craig Telfer, declarada inelegible para las clasificatorias olímpicas de este año por infracción de las pautas.
Ello obliga a recurrir a medicamentos para bloquear la llamada ‘hormona masculina’, como debió hacer en su momento la pesista Hubbard, bautizada hace 43 años como Gavin en la ciudad de Auckland City, hija de un exalcalde y quien compitió hasta los 34 entre hombres, sin llegar a labrarse un palmarés destacable.
Sin dudas, un ejemplo constituye el también norteamericano Chris Mosier, quien comenzó a competir en triatlón en 2009 como mujer y terminó convirtiéndose –siete años luego- en el primer atleta transgénero conocido en participar en un Mundial de Duatlón en Avilés, España,
Tales situaciones no surgieron en el siglo XXI. Las pruebas de verificación de género integran el panorama deportivo global desde 1966, cuando –de golpe y porrazo- se hicieron necesarias después de la desconfianza de que algunas naciones inscribían a hombres en modalidades femeninas.
No obstante, un hecho de este calibre nunca se comprobó desde aquellos exámenes de inspección visual por un panel de médicos hasta los actuales menos invasivos valiéndose de la tecnología genética, como los que debió solventar la corredora Carter Semenya, doble reina olímpica y trimonarca mundial en 800 metros planos.
Pese a los estrictos requisitos que debió cumplir, Hubbard, plata universal en 2019, tiene todo de su lado para brillar en las palanquetas de los cercanos Juegos Olímpicos, mientras Semenya prosigue su lucha por la causa que representa como ninguna otra exponente en el planeta.
Una batalla que incluye, entre otras, a la burundesa Francine Niyonsaba y la kenyana Margaret Wambui, curiosamente sus escoltas en Río de Janeiro 2016, en ese orden, afectadas también por la llamada ‘regla de la testosterona’ en el atletismo.
La World Athletics, organismo rector del campo y pista, fue armado hasta los dientes contra aquellas mujeres que presentan niveles de testosterona superiores a los cinco nmol/mL en sangre y estableció que ninguna sería aceptada en pruebas desde los 400 metros hasta la milla, sin obviar la vuelta al óvalo con vallas.
Obligadas a ‘cambiar de aires’, las tres especialistas probaron suerte en los cinco kilómetros y solo Niyonsaba logró la marca mínima exigida: 15:10 minutos, al parar los relojes en 14:54; algo que no materializaron ni Wambui ni Semenya, quienes, por tanto, no estarán en Tokio cerca de Hubbard, la primera transexual olímpica.
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