Moïse, baleado en su residencia durante la madrugada del 7 de julio, fue sepultado la víspera en una capilla de su residencia familiar en Cabo Haitiano, en medio de las protestas de manifestantes que reclamaban justicia por el crimen.
En un discurso agudo y sereno, la ex primera dama, Martine Ethienne, culpó a los que lo ‘abandonaron y traicionaron’, y señaló que la familia no busca venganza ni violencia, pero se encargará de que se haga justicia para evitar que ‘la sangre de nuestro presidente se derrame en vano’.
Al funeral le precedieron varios homenajes en Puerto Príncipe, y otras ciudades, como la del capitalino Museo Nacional del Panteón Haitiano, que reunió el martes a funcionarios gubernamentales y representantes extranjeros, y dos días después en el mismo sitio, personalidades ofrecieron condolencias a la familia del exgobernante.
El jueves la catedral de Cabo Haitiano acogió una misa a la cual le siguió una marcha por las calles que por momentos tuvo tintes violentos, y al interior de las casas ceremonias vudú, práctica mágico-religiosa más extendida en el país, daban el último adiós al polémico mandatario.
En medio de los tributos oficiales, el primer ministro Ariel Henry se instaló en el cargo, luego de la pugna por del poder con el jefe de Gobierno interino y canciller Claude Joseph.
Henry, un neurocirujano de 71 años, apeló a la unidad entre las fuerzas nacionales y a la búsqueda de una solución interna a la crisis ‘multiforme’, mientras reconoció la extrema polarización entre los sectores del país.
El galeno aseguró que las elecciones, la democracia y el estado de derecho son innegociables, y se comprometió a restablecer el orden y la seguridad.
Sin embargo, su investidura ocurre en un momento de tensiones políticas, con poderosas plataformas que rechazan su toma de posesión, y abogan por una administración de consenso para reforzar las instituciones estatales.
msm/ane