Compartida por Israel, Cisjordania y Jordania, esa masa de agua tiene más de 300 metros de profundidad, un 33 por ciento de solución salina y está ubicada a unos 430 metros por debajo del nivel del mar, lo cual lo convierte en una atracción turística.
Sin embargo, es posible que deje de existir porque no recibe suficiente agua como para sostenerse, una situación que provoca su retroceso a una velocidad de 1,2 metros cada año, alertó Zavit, un medio noticioso especializado en Ciencia y Medio Ambiente.
Pero este problema va más allá de la falta de precipitaciones y los intensos procesos de evaporación, señala.
Hasta la década de 1950, apunta, el Mar Muerto se recargaba regularmente con arroyos y ríos del paisaje montañoso circundante, pero la situación cambió cuando Israel construyó una enorme estación de bombeo en las orillas del lago Kinneret para desviar el agua de la parte superior del Jordán, su principal fuente de reposición.
En perspectiva, el mar necesita unos 600 millones de metros cúbicos de agua cada año solo para mantener su tamaño actual, y apenas recibe el 10 por ciento de esa cantidad.
Ante esa situación, alerta el medio, de 1960 a 2018 el nivel de ese lago endorreico bajó más de 35 metros. A este ritmo, se prevé una caída adicional de 25 metros para 2036.
Zavir advierte de otro problema: la creación de sumideros a medida que se evapora y retrocede el nivel del líquido.
Básicamente, este proceso en curso pone en peligro la seguridad humana y la infraestructura, al desmoronar literalmente el turismo y la economía local, subraya.
A partir de la década de 1980 comenzaron a aparecer sumideros a lo largo de las costas del Mar Muerto y, desde entonces, se formaron más de seis mil.
Aunque exacerbado por el aumento de las temperaturas globales, la contracción del Mar Muerto es producto de la actividad humana, afirma.
En ese sentido, estima que se debe principalmente a las fábricas israelíes y jordanas que extraen productos químicos como el potasio y otros para su empleo como fertilizantes.
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