El “Fígaro”, como cariñosamente lo bautizó el pueblo, por razones obvias de la época en la que vivió su adolescencia, no pasó por Escuelas de Iniciación Deportiva ni Superior de Perfeccionamiento Atlético; sino por centros escolares públicos, primero, y después estudió en una institución de Artes y Oficios, según declaró a Prensa Latina.
Tal vez desarrolló su natural rapidez y la fuerza de sus piernas debido a los juegos en patines y bicicletas, y a las continuas caminatas para ir al colegio por las empinadas calles de su natal urbe de Santiago Cuba, en la región oriental del país.
El pelotero devenido atleta debutó como corredor en una competencia de 75 metros a los 14 años de edad en 1952 tras recibir una afortunada invitación con el fin de participar en el Festival local de los Hermanos Ibarra.
Su primer entrenador, José Pepe del Cabo, había dicho sobre el talentoso joven: “…ese muchacho es una lástima que sea pelotero, si corriera sería un gran corredor y voy a tratar de que lo sea…”.
Y la premonición se hizo realidad pues con el paso del tiempo Figuerola compitió con figuras de la talla de Emigdio Bueno, Rafael Millet, Ángel García y Blas Beato, entre muchas, y conquistó por méritos propios el batón defendido hasta finales de la década de 1950 por el excelso velocista negro camagüeyano Rafael Fortún.
Hermosa cadena de éxitos comenzó a estructurar en los Panamericanos de Chicago 1959 al ganar bronce en la carrera de 100 metros planos, y 12 meses más tarde creció universalmente en los Juegos Olímpicos de Roma 1960 con su cuarto lugar en pista de seis carrileras, cuando superó al estadounidense Otis Rey Norton, monarca continental de un año antes.
PEQUEÑO GIGANTE
Allá en el propio Foro Itálico, con capacidad para 100 mil espectadores, el deportista de 1,67 metros de estatura se erigió en el segundo finalista del atletismo cubano en lides bajo los cinco aros, después del maratonista Félix “Andarín” Carvajal en Los Angeles 1904, y en una excepción de la regla por su tamaño.
Los medios de comunicación reseñaron que entre 66 exponentes de 46 naciones, el cubano sorprendió por la rápida arrancada al ganar su serie eliminatoria y entrar el 31 de agosto en segundo lugar en cuartos de final, igual que en la semifinal de un día después.
En la carrera decisiva logró marca electrónica de 10,44 segundos y ocupó el cuarto peldaño tras el germano Armin Harry (10,32), el norteamericano Dave Sime (10,35) y el británico Peter Radford (10,42).
Un cuatrienio después, en el mismo escenario donde transcurre la justa de Tokio 2020, el “Fígaro” realizó una proeza frente al gigante estadounidense Bob Hayes al conquistar el subtítulo con tiempo de 10,2 segundos para convertirse en el primer medallista olímpico del deporte cubano en Revolución.
Sobre la final, el destacado corredor reconoció entonces que aunque se entregó por el oro, basado en su reacción aerodinámica en la salida y la velocidad inicial, fue justa la victoria del norteamericano por la amplitud de sus zancadas en los últimos 30 metros del recorrido. “No era posible ganarle”, aseguró a esta agencia de noticias.
Aquella medalla de plata en tierras niponas durante el mes de octubre, lo catapultó al estrellato mundial y sembró para siempre en el corazón de su pueblo al moreno nacido el 17 de julio de 1938 en el popular barrio santiaguero de Los Hoyos.
OTRA VEZ EN EL PODIO
La entrega de este gladiador le propició cerrar su vida deportiva en la magna justa de Ciudad de México1968 con otro subtítulo, este como integrante del relevo corto junto a tres estelares velocistas del patio: Hermes Ramírez, Juan Morales y el finado Pablo Montes.
El crono de la cuarteta: 38,40 segundos, a los 19 días de otro octubre, constituyó en aquel momento la segunda mejor marca de todas las épocas, solo superada por los triunfadores estadounidenses con récord mundial de 38,24.
Así, plena de éxitos, sacrificios y de modestia, fue la trayectoria atlética de ese símbolo del deporte nacional, cuyo palmarés atesora medallas regionales, panamericanas, en universiadas, eventos Iberoamericanos y hasta la igualada de la marca mundial con 10,00 segundos en Budapest, Hungría, en 1967.
Seleccionado seis veces el deportista más destacado de Cuba y en dos oportunidades el Mejor de América Latina y el Caribe en la encuesta anual de la Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina, todos esos resultados propiciaron su elección como el Atleta del decenio 1961-1970 en la mayor de las Antillas.
Con 83 años recién cumplidos, sin duda que el hijo ilustre de la Ciudad Héroe de Cuba, debutante a lo grande en Roma 1964, espectacular ante Hayes en Tokio 1964 y con esplendorosa despedida en la tierra de los aztecas en Ciudad de México 1968, aparece en el alma y los sentimientos de sus compatriotas como un coloso cubano de tres Juegos Olímpicos.
LA FAMILIA, FIDEL Y EL PUEBLO
Sin el apoyo de la familia -declaró emocionado a Prensa Latina-, no hubiera podido materializar esa trayectoria pues mis padres, Alberto Figuerola Ramírez y Berta Camué Cisneros, con sapiencia, fueron exigentes en una época de mucha miseria; me llevaron por los caminos de la disciplina y me orientaron adecuadamente cuando estuve en la disyuntiva entre el béisbol y el atletismo.
Le estoy muy agradecido a ellos y a mi descubridor, Pepe del Cabo, así como (a) al entrenador polaco Vladimir Puzio, quien revolucionó el sistema de entrenamiento de los velocistas y vallistas cubanos a partir de 1963; también al especialista de la otrora Checoslovaquia, Emil Zapotec, por sus valiosas enseñanzas, agregó.
Muy presente tiene Figuerola al líder histórico de la Revolución, Fidel Castro Ruz, quien estuvo al tanto de su preparación para distintos eventos, intercambió ideas en diferentes momentos y lo envió a un recorrido por Bulgaria, Hungría, Polonia y otras naciones, donde valoró el deporte masivo, las tablas gimnásticas y otras manifestaciones sociales.
Todo eso me permitió aquilatar el pensamiento del Comandante en Jefe sobre el deporte para la sociedad cubana –reflexionó Figuerola-, y la necesidad de estar preparado intelectualmente.
Según el mejor atleta antillano de la década de 1960, gracias a Fidel Castro adquirió realmente importancia en Cuba la ejercitación física y la práctica de los deportes como un factor en la educación integral de carácter multifacético para los niños y jóvenes y como un medio necesario de higiene, salud, optimización de la capacidad de trabajo, de lucha contra los males del sedentarismo.
El Fígaro se refirió a su querido y entrañable Santiago de Cuba; habló de su amor hacia el pueblo que tanto cariño, respeto y admiración le profesa a diario en las calles, actos públicos y en la barriada de residencia en La Habana, el Cerro; también, de compatriotas velocistas como Silvio Leonard, Leandro Peñalver, Andrés Simón, Pepe Barrientos, Fortún, Hermes, Pablo, los hermanos Bandomo y otros notables corredores.
Feliz, ameno y comunicativo en sus 83 primaveras, Enrique Figuerola respalda desde el confort de su hogar las actuaciones de los exponentes nacionales en Tokio y como hace 57 años revivirá en cada arrancada, salto y lanzamiento la primera medalla olímpica de la revolución.
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* Periodista de Prensa Latina
Este trabajo contó con la colaboración de la editora Amelia Roque, los periodistas Yodeni Masó y Jhonah Díaz González, y la webmaster Wendy Ugarte.
