Como correspondía a su estirpe de luchador, Cordón se despidió con la raqueta en alto de las canchas del Musashino Forest Plaza, donde lo dio todo frente al indonesio Anthony Sinisuka, quien se quedó con la medalla de bronce.
Con 34 años, el llamado zurdo de oro salió siempre a disfrutar el juego, a luchar a puro corazón –como suele decir-, y así se le vio trepidante y mágico en sus potentes remates o derrochando inteligencia para ganar cada punto a rivales muchísimo más ranqueados.
Así dejó en el camino al número nueve del mundo, Angus Ng Ka-long, de Hong Kong y a otros tan fuertes que le siguieron como el surcoreano Heo Kwang-hee, el holandés Mark Caljouw o el danés Viktor Axelsen, sembrado como el dos del torneo y bronce en Río 2016. Cuando consiguió el punto de la victoria en el segundo set frente a Angus, Cordón se lanzó al suelo a llorar y no era para menos, estaba en sus cuartos juegos, seguía en su mejor forma, y sin el fantasma de la lesión que lo paralizó en 2012 en cuartos de final.
La historia comenzaba a cambiar para el 59 en el ranquin y NG confesó todavía incrédulo por la derrota que estaba tenso y bajo presión y no jugó como quería. ‘Pero él (Kevin Cordón) jugó un partido excepcionalmente bueno. No hay ninguna excusa’, admitió.
Previo al pase a semifinales, Axelsen reconoció la garra del zacapaneco ante la prensa del evento, y poco después se las vio en apuros, sobre todo en el primer set, aunque a la larga privó al guatemalteco de ir por el oro.
En Tokio le llaman ‘el milagro’ latinoamericano del bádminton, quizá por permitir por primera vez poner la vista sobre esta región sin la habitual hegemonía asiática y soñar con una medalla en esta disciplina.
Pero en su larga trayectoria nada se debe a la casualidad, sino a cualidades como la perseverancia y convicción de llegar lejos si uno cree en sí mismo, como afirmó aquí José María Solís, una de las personas que más le entrenó y acompañó en toda su carrera.
‘Juego al bádminton porque me gusta ganar partidos. No porque quiera convertirme en un héroe’, dijo en Tokio ante una prensa internacional ansiosa por destacar su hazaña.
Sin embargo, hoy se convirtió en héroe a los ojos de su país, como aquel 4 de agosto, cuando el marchista Érick Barrondo subió al podio de Londres 2012 y le dio a Guatemala su única medalla olímpica.
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