Entonces consiguió el podio esquivo para su país durante 60 años y ahora, mientras espera entrar en acción en Tokio, es probable que repase aquel momento agónico, pero inmensamente feliz, cuando colgó de su cuello la medalla de plata en los 20 kilómetros de la marcha.
Un vistazo a las publicaciones de ese día trae a la memoria el rostro serio y conmovido de Barrondo, al observar en lo alto la bandera de la tierra del Quetzal en Londres.
Cuántos recuerdos pasarían entonces por su mente… los días en que comenzó a correr en su aldea natal Chiyuc, San Cristóbal; la lesión que lo apartó del atletismo pero lo condujo a la marcha, los sacrificios económicos de sus padres para costear sus primeras competencias, la seguridad de que lo verían por el televisor que días antes les regaló…
Lo cierto es que ante la incredulidad de los medios internacionales en el evento, un guatemalteco, un latinoamericano, cruzaba la línea de meta con tiempo de 1.18.57, a solo ocho segundos del chino Ding Chen, ganador del oro.
No había sido fácil, comenzó la prueba viendo cómo el japonés Yosuke Suzuki marcaba diferencia en los primeros dos kilómetros, sin embargo, era muy temprano y se limitó a mantener el paso del grupo a la espera del momento ideal para apretar el ritmo.
En el kilómetro cinco inició la cacería, Barrondo se pegó al paso del favorito olímpico, el ruso Valery Borchin, además de los chinos Ding Chen y Zhen Wang. Era él contra el mundo, pero nunca desmayó y en el kilómetro 10 pasó tercero con tiempo de 40:08.
Su entrenador, el cubano Rigoberto Medina, le había dicho la estrategia, aguantar y caminar lo más limpio posible porque peleaba, además, con el colombiano Luis Fernando López, quien quedó descalificado a seis kilómetros de la meta.
Pero quedaban sorpresas, como una segunda tarjeta de amonestación para el guatemalteco apenas cuatro kilómetros, el retiro de la competencia del ruso Vladimir Kanaykin y por último, el desplome dramático del campeón olímpico Borchin, quien le abrió el camino.
Barrondo cruzó la barrera final con los brazos extendidos, luego de soportar en soledad la intensa batalla; buscó a su entrenador por todos lados, se abrazaron, luego se puso de rodillas y agradeció a Dios, mientras desde las gradas se escuchaban gritos de ‘Gracias, Érick’, ‘Guatemala, Guatemala’, los mismos que le acompañaron aquí a su regreso.
Mañana en Tokio podría volver a emocionar a todo un país y a Latinoamérica, y de seguro las cámaras estarán sobre él porque ya no es un desconocido.
Lo mejor es que no lo hará solo, le acompañarán su hermano Uriel y el jovencito Luis Sánchez en la lucha por situar de nuevo en el podio a la tierra del Quetzal, pero ahora en los 50 kilómetros de la marcha.
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