‘Debería haber sido obvio que todas las vidas importan, incluidas las vidas de los árabes, pero aparentemente no lo es’, publicó Mira Awad, cantante, actriz y compositora poco después del asesinato esta semana de tres ciudadanos árabes en diversos tiroteos en esta nación levantina.
Según datos oficiales, al menos 90 árabes fueron asesinados desde enero en Israel, una cifra que va camino de eclipsar los datos de 2020, cuando se alcanzó un récord negativo de 96.
Ante esa situación, Iniciativas de Abraham, una organización dedicada a impulsar las relaciones entre árabes y judíos, lanzó en las redes sociales la etiqueta #Arab_Lives_Matter, similar al movimiento Black Lives Matter (las vidas negras también importan), que sacudió el pasado año a Estados Unidos en protesta contra el racismo.
Varios partidos árabes y de izquierda, así como muchos ciudadanos respaldaron la campaña.
Los descendientes de los palestinos que no fueron expulsados de sus tierras tras la creación del Estado judío, en 1948, denuncian desde entonces que son tratados como ciudadanos de segunda.
En la actualidad suman 1,9 millones de personas que suponen casi un 21 por ciento del total de la población de este país.
La ONG Sikkuy asegura que una de las principales razones de las diferencias entre los ciudadanos árabes y judíos es la asignación desigual de los recursos estatales.
Sikkuy resaltó en su reporte anual 2020 que un 14,5 por ciento de las familias judías vive por debajo del umbral de la pobreza, mientras que entre las árabes el flagelo alcanza al 45,3 por ciento.
Esa situación provocó un estallido social en mayo último en las ciudades mixtas o pobladas mayoritariamente por personas de origen palestino, en medio de una ofensiva militar de las fuerzas de Tel Aviv contra la franja de Gaza y la represión en Jerusalén oriental.
Además de denunciar la agresión a sus hermanos palestinos, los manifestantes reclamaron igualdad de derechos y el fin de la discriminación legal, económica e institucional.
Localidades como Lod, Acre, Ramle y Jaffa fueron escenarios de violentos disturbios, calificados por el entonces presidente israelí, Reuven Rivlin, como ‘una guerra civil’.
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