La llegada al poder de Bennett en junio último trajo un rayo de esperanza para reavivar las negociaciones de paz, estancada durante años por la intransigencia de su antecesor Benjamín Netanyahu, dirigente del partido ultraderechista Likud y conocido por sus posturas más radicales.
Más allá de su posición política, muy cercana a Netanyahu, Bennett reemplazó a su rival respaldado por una variopinta coalición, que incluyó a una formación de izquierda (Meretz) y otra árabe (Raam), ante lo cual se especuló en la posibilidad de entablar algún acercamiento con los palestinos.
Pero la máxima figura de Yamina, una agrupación próxima a los colonos, descartó de inmediato cualquier diálogo, reunirse con el liderazgo de la Autoridad Nacional Palestina, detener la colonización o apoyar la creación de un futuro Estado para ese pueblo.
No obstante, Bennett trata de evitar molestar en demasía a sus aliados dada la exigua mayoría de apenas un voto que tienen en la Knesset (Parlamento), destacó recientemente el diario Haaretz.
El primer ministro tampoco puede desairar públicamente al presidente estadounidense, Joe Biden, porque dejó intacto casi todo el andamiaje en respaldo a Tel Aviv, levantado por su antecesor Donald Trump.
Este último sepultó décadas de una política seguida por los sucesivos gobiernos estadounidenses de rechazar la colonización judía de Cisjordania y la franja de Gaza, ocupadas en la guerra de 1967.
A cambio de mantener varias medidas de Trump favorables a Israel, Biden pidió detener la creación de nuevos asentamientos, en un intento por lavar la cara de la Casa Blanca, muy criticada en el mundo árabe por su irrestricto respaldo y parcialidad en favor de ese país levantino.
Sin embargo, espoleado por los colonos y la derecha ultranacionalista, el jefe de Gobierno israelí parece decidido a ignorar esos problemas y mantener los planes expansionistas de sus antecesores en el cargo, pero de manera menos pública.
En ese sentido, pretende edificar unas 10 mil unidades habitacionales en la zona del antiguo aeropuerto de Qalandia, que los israelíes llaman Atarot, en Jerusalén oriental.
Según el experto Suhail Khaliliya, el proyecto incluye casas, comercios y un área industrial como parte de la estrategia de convertir el asentamiento en una ciudad capaz de albergar a más de 40 mil personas.
El objetivo sionista es trazar las fronteras del ‘Gran Jerusalén’, que incluye los grandes bloques de colonias de Gush Etzion, Ma’ale Adumim y Givat Ze’ev, aseguró.
Por su parte, el coordinador de la campaña popular para denunciar el muro de separación, Jamal Juma, resaltó que la nueva colonia será levantada entre barrios palestinos densamente poblados.
En similar sentido se pronunció la ONG israelí Paz Ahora, al estimar que la iniciativa representa un golpe mortal a la solución de dos estados, ya que está proyectada en el corazón de la continuidad territorial urbana palestina.
De erigirse, será la primera colonia en esa área de la ciudad desde 1997, cuando el entonces gobierno de Netanayhu levantó el asentamiento de Har Homa.
De forma paralela, Israel comenzó a construir el paso subterráneo de Qalandia, que permitirá un viaje por carretera más rápido entre varias colonias judías, ubicadas en la margen occidental y en ese país.
Esa ruta es una de las más importantes de la revolución vial iniciada por Netanyahu para ‘duplicar el número de colonos hasta un millón’ y que Bennett actualmente retoma, denunció Paz Ahora.
También se edificará una gran estación de autobuses cerca de la ciudad cisjordana de Nablus con el objetivo de facilitar el movimiento de los colonos y conectar la red de carreteras construidas para ellos.
Otra obra clave para aislar a la metrópoli es la edificación de unas tres mil 400 viviendas en la llamada área o corredor E1, una zona de 12 kilómetros cuadrados, ubicada entre Jerusalén oriental y la colonia judía de Ma’ale Adumim.
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