Registros documentales indican que tal forma de entretenimiento apareció en el siglo XVII porque, trasladada al país como modelo de celebración pública, formaba parte de las fiestas destinadas a mostrar lealtad a la corona portuguesa.
La tauromaquia se realizaba al estilo lusitano que, a diferencia del español, no exigía el sacrificio del animal al final del espectáculo. Ceremonias religiosas, fuegos artificiales, desfiles de carrozas, puestas de teatro y danza movilizaban durante días a Río de Janeiro, cidade mãe da tourada (ciudad madre de las toreadas), en los festejos patrocinados por gobernadores o virreyes.
Las arenas para el toreo eran simples y móviles, facilitando la transportación a varios puntos de la urbe carioca. Posteriormente fueron construidos los verdaderos estadios para las lidias.
En Río de Janeiro, la popularidad de la corrida se hizo aún más notable entre 1808 y 1821, cuando la familia real se instaló en el emporio por conflictos napoleónicos, según historiadores.
Después de la Independencia (7 de septiembre de 1822), hubo un largo espacio de tiempo en el que no se promovieron las populares encerronas contra bovinos. Solo regresarían durante una breve etapa, en 1840 y 1841, y luego en una temporada más extensa, de 1847 a 1852.
En estas ocasiones, la forma de organización era bastante diferente: no el modelo patrocinado por organismos gubernamentales, típico del periodo colonial, sino uno comercial, financiado por empresarios, quienes dependían de la afluencia de público.
De 1840 a 1850, las lidias formaron parte de una ciudad que experimentaba profundos cambios, vinculados a una mejor disposición de sus infraestructuras y al impulso de un negocio de pasatiempo lucrativo.
En este mismo escenario, los lazos de Río de Janeiro con el mundo europeo desarrollado aumentaron, así como el tránsito de los discursos civilizadores y la adhesión a la idea de progreso e imaginarios de la modernidad.
Solo en 1876, precedida de un corto lapso entre 1870 y 1871, se volvería a organizar la tauromaquia en un territorio que continuaba el proceso de modernización.
Brasil no quedó al margen de la expansión capitalista, marcada por la difusión de ideas, instituciones y mercancías, y por la evolución de los medios de transporte y las comunicaciones, como el telégrafo, el teléfono, el ferrocarril y los barcos.
La llegada de la República en 1889 no significó, al menos al principio, el fin de las corridas de toros. Por el contrario, durante sus dos primeras décadas las banderilleadas alcanzaron su máximo esplendor, para extinguirse definitivamente en 1908, cuando fueron prohibidas el 12 de mayo por un decreto.
Entonces, la pasión por el fútbol emergió luego de que Charles Miller lo introdujera a finales del siglo XIX.
Miller, estudiante de Sao Paulo, regresó de Inglaterra en 1894 y trajo en su equipaje varios artículos como balones, uniformes y un libro con las reglas. Un año después tuvo lugar el que se considera el primer partido de ese deporte en Brasil. En la central zona paulista de Várzea do Carmo, el 14 de abril, se celebró el duelo entre ingleses y anglobrasileños.
Para casi todos, el fútbol empezó a ser mucho más interesante que cualquier otra disciplina colectiva. Al principio fue de élite, más tarde fiebre nacional y ahora, tal vez, lo único que puede mantener al país unido.
mem/ocs
(Tomado de Orbe)