Conocida también como la Pirámide Romboidal, constituye uno de los dos monumentos funerarios más importantes y mejor conservados de esta necrópolis real, situada a 40 kilómetros al sur de El Cairo y frente a la ribera occidental del río Nilo.
Fue erigida para servir, de acuerdo a la cosmovisión de la época, como futuro tránsito hacia el más allá del rey Seneferu (fundador de la Cuarta Dinastía del Imperio Antiguo y padre de Keops) y morada eterna de su espíritu. Orbe accedió a ella a sabiendas de los retos físicos que esto supone para los visitantes.
La edificación tuvo el gran mérito de iniciar la evolución de las pirámides de caras lisas en el antiguo Egipto; sin embargo, resultó un intento fallido, pues sus cimientos de arcilla limosa generaron problemas de estabilidad y hundimiento, más tarde resueltos reduciendo el ángulo a partir de los 45 metros.
Antes de entrar a este monumento de 105,07 metros de altura, lo primero que se percibe es que sus lados tienen doble pendiente, lo que le confiere a la estructura su peculiar forma combada, así como el hecho de que aún conserva buena parte de la cobertura externa.
Sorprendentemente, posee dos entradas, una de ellas septentrional –como el resto de las pirámides egipcias– y otra en su fachada lateral. Ambas conducen a cámaras mortuorias diferentes, pero el recorrido principal parte de la primera (la única que se mantiene intacta en todo el país), a la que se accede por una escalera de madera de casi 12 metros de elevación.
Desde allí se desciende hasta las entrañas del majestuoso poliedro, mas no resulta tarea sencilla: un túnel angosto de casi 80 metros de largo, apenas iluminado, incómodamente inclinado y con barras no siempre presentes obliga a ser cautelosos en las pisadas y conduce a dos estancias ubicadas en distintos niveles.
A través de un segundo pasaje, ya sin pendiente y mediante unas empinadas escaleras de madera, se llega a la primera habitación, que luce un techo abovedado innovador para la época, con vigas hechas de troncos de árboles, lo cual confirma que los arquitectos de ese período tenían un conocimiento exacto de la distribución de cargas en las construcciones.
Como si no bastaran los escollos sorteados cual aprendices de Indiana Jones, en el medio del cuarto se eleva otra escalera enorme a manera de andamio, cuya cima se abre a un corredor muy estrecho por donde solo agachados los visitantes logran desplazarse.
El pasadizo desemboca finalmente en la sala superior, aquella que habría servido de cámara funeraria si esta pirámide hubiera sido el lugar de descanso definitivo del faraón Seneferu –también conocido como Esnefru–, cuyo reinado se prolongó desde 2614 hasta 2589 antes de nuestra era.
La pieza muestra una bóveda escalonada sobre cuatro caras, importante recurso usado por primera vez en la historia de la arquitectura y que por su alta complejidad estructural suscita el asombro general.
Su nivel de conservación es extraordinario y esa imagen nos acompañará en un regreso tan aventurero como la entrada misma, confirmando que cada riesgo valió el encuentro con el pasado de la humanidad.
(Tomado de Orbe)
