Destino indispensable para los amantes del turismo subacuático, esta ensenada en el departamento de Sonsonate, no lejos del puerto de Acajutla, es también un santuario de numerosas especies marinas, e incluso con pecios invadidos por el coral.
Meros, mantarrayas, tortugas y delfines merodean alrededor del Madrona, el SS Douglas y el Sheriff Gone, viejos navíos devenidos arrecifes artificiales que adornan este paraíso declarado área natural protegida hace casi dos décadas.
Además, de noviembre a enero se avista la gigantesca ballena jorobada, que mide unos 16 metros, quizás la mayor de las miles de especies que viven en el colorido ecosistema, una suerte de metrópolis coralina en la vastedad de los océanos.
Fuera del agua hay otras razones para visitar ese espacio, que cubre unas 21 000 hectáreas de playas rocosas, ríos, humedales y terrenos que contribuyen a crear conciencia sobre la protección del medioambiente. A las costas llegan a desovar cuatro tipos de tortugas marinas, entre ellas el carey, en peligro de extinción. A su vez, múltiples especies nativas y migratorias se alimentan y reproducen en ese ecosistema, garantizando la biodiversidad.
Sin embargo, las malas prácticas de pesca y turismo, la erosión y la contaminación de los ríos que desembocan en Los Cóbanos amenazan al único arrecife coralino de El Salvador, aunque el calentamiento global causa los mayores estragos.
De hecho, su coloración cambia del pardo impregnado por el plancton a la palidez que provoca la exposición al sol cuando baja la marea, una calcinación que fragmenta a los animales coloniales y destruye el hábitat de numerosas especies, particularmente de las algas.
Amén de constituir un filtro natural que libera oxígeno, la reserva coralina de Los Cóbanos contribuye al sustento de miles de personas: un arrecife sano garantiza pesca y turismo y, por ende, el «pisto» (dinero) familiar. Hay que cuidarlo.
(Tomado de Orbe)