El diario Haaretz reveló que varias de esas comunidades podrían levantarse en terrenos designados como corredor ecológico o área de extraordinaria belleza natural.
La iniciativa fue sancionada la víspera por el gabinete, con la oposición de la ministra de Protección Ambiental, Tamar Zandberg, quien advirtió sobre su impacto en la naturaleza y la economía.
“Hay una tendencia peligrosa de decisiones gubernamentales para establecer nuevas ciudades, lo que significa invadir espacios abiertos en Israel”, comentó Zandberg.
El plan también fue cuestionado por algunos líderes comunitarios locales, tanto árabes como judíos.
Estos últimos prefieren fortalecer y ampliar los poblados judíos ya existentes, destacó el rotativo.
Por su parte, Amir Bisharat, asesor del comité nacional de autoridades locales árabes, denunció la propuesta al estimar que “el gobierno elige meternos el dedo en los ojos y evitar cualquier expansión de las comunidades beduinas”.
Bisharat agregó que la iniciativa conduciría a una mayor polarización entre árabes y judíos en el sur del país.
Los ministros ultraderechistas del Interior, Ayelet Shaked, y de Construcción y Vivienda, Zeev Elkin, defendieron el proyecto.
Hace dos semanas se aprobó construir cinco nuevas colonias en la región, cerca de la ciudad de Arad, y hace un mes otras dos.
A principios de año masivas protestas de beduinos sacudieron el Néguev por la decisión del Fondo Nacional Judío (FNJ) de plantar árboles en zonas de ese territorio.
Los beduinos consideraron que el FNJ invadió las tierras del clan Al Atrash que, según Israel, son propiedad estatal.
Con una extensión de más de 12 mil kilómetros cuadrados, ese desierto en forma de triángulo invertido es el hogar desde tiempos inmemoriales de diversas tribus beduinas.
Gran parte de ellos viven en la pobreza, sin agua potable o electricidad, en una treintena de pueblos no reconocidos por las autoridades, que sistemáticamente derriban sus casas para obligarlos a marcharse.
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