Necesitamos métodos más eficaces para atender su fase aguda y crónica, y eso empieza por comprender mejor los procesos cerebrales básicos que los regulan, subrayó en un artículo la doctora Rena D’Souza.
En general, los sonidos bajos parecen atenuar las señales neurológicas entre la corteza auditiva y el tálamo, lo que mitiga el procesamiento del dolor en esta última zona, comprobó el equipo mediante un estudio.
Pertenecientes al Instituto Nacional de Investigación Dental y Craneofacial (NIDCR), de Estados Unidos, la Universidad de Ciencia y Tecnología de China y la también china Universidad Médica de Anhui, colocaron música a los ratones 20 minutos al día.
Incluyeron sinfónica de sonido agradable (al menos para los oídos humanos), el Réjouissance de Bach, a los roedores a 50 o 60 decibelios en una habitación donde el ruido de fondo llegaba a los 45, expuso el texto.
Durante las sesiones, los científicos inyectaron en las patas de los ratones una solución dolorosa, luego las pincharon con filamentos delgados a diferentes niveles de presión para ver cómo respondían.
Si se estremecían, lamían o retiraban esas extremidades, los investigadores lo tomaron como una pista de que los animales sentían dolor, agregó el texto.
Solo el ruido al volumen más bajo, 50 decibelios, pareció adormecer a los roedores, una verdadera sorpresa, afirmó Yuanyuan Liu, neurobiólogo del NIDCR.
Cuando los investigadores pincharon las patas inflamadas, los ratones no se inmutaron, mientras con un ruido más fuerte, eran mucho más sensibles al estímulo.
Solo se necesitó un tercio de la presión para que respondieran, lo mismo que sin música. “Resulta que esta intensidad es la clave”, acotó Liu.
Los efectos analgésicos duraron hasta dos jornadas después de que los ratones dejaran de escuchar el sonido, según los resultados.
Esperamos descubrir en lo adelante por qué un sonido bajo sobre el ruido de fondo es el «punto ideal», reveló Zhi Zhang, neurobiólogo de la Universidad de Ciencia y Tecnología de China.
En 1960, un grupo de dentistas publicó un curioso trabajo: cuando les ponían música a sus pacientes durante las operaciones, las personas experimentaban menos dolor.
Algunos ni siquiera requirieron óxido nitroso o anestesia local para pasar por procedimientos desagradables, argumentaron.
En las décadas siguientes, médicos probaron el efecto adormecedor del sonido con todo, desde Mozart hasta Michael Bolton y sugirieron que ambos parecen funcionar.
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